Artículo de la semana
¿Me vacuno, o no?
La historia universal —en todas las
épocas y latitudes— nos ofrece un sinnúmero de ejemplos de
gobernantes tanto sabios como ignorantes, prudentes e imprudentes,
sinceros y mentirosos, realmente preocupados por el bien de sus
pueblos y tiranos ególatras, justos y autoritarios. Por lo cual
concluyo que no es lo mismo gobernar que ser un buen gobernante y
que tener la capacidad de mandar no es lo mismo que tener la razón.
Esta semana, una
señora de la tercera edad me comentó de las discrepancias entre los
miembros de su familia pues ella no ha decidido a vacunarse. Todo
comenzó porque recibió una llamada de una mujer desconocida que le
preguntó si estaba dispuesta a recibir la vacuna. Ella cuestionó qué
cuál le estaban ofreciendo y la respuesta fue: Yo no sé, a mí sólo
me toca preguntar quiénes quieren ser vacunados. A continuación le
dijo que más tarde le llamarían para informarle a dónde debería ir
para recibir la dosis, sin aclararle si necesitaría una o dos
aplicaciones.
Si algo está
claro en todo esto, es que no está claro nada. Tenemos más de un año
recibiendo a diario todo tipo de informaciones y datos
controvertidos a nivel mundial. Aquellos que se dicen expertos en la
pandemia no se ponen de acuerdo. Las autoridades civiles y
sanitarias, hacen afirmaciones y al día siguiente se contradicen.
Quienes tienen el deber de poner ejemplo en los cuidados a seguir,
actúan irresponsablemente poniendo en riesgo a propios y extraños,
llegando al extremo de ser colaboradores morales (culpables en
muchos casos) de las muertes de miles de personas.
Considerando todo lo dicho, estoy
convencido de que es absolutamente válida la siguiente pregunta: ¿Yo
confío en las autoridades? Entiéndase con claridad que yo tengo la
obligación de respetar a las autoridades, pero nadie me puede
obligar a creer en lo que ellas dicen. En lo que a mí respecta,
puedo afirmar con toda claridad que: Yo no confío en los gobernantes
en lo que respecta a estos temas de sanidad.
Si no se me informa con absoluta certeza
sobre qué vacunas me ofrecen, cuáles son las garantías de su
efectividad, cuáles los efectos secundarios que puedan ocasionar,
cuántas dosis se requieren, y por qué han de ser unos señores, así
llamados “siervos de la nación” —de los cuales desconozco la
preparación— quienes realicen tan delicada labor. Pero entiendo que
no son médicos, ni enfermeros, ni paramédicos, sino simples
asalariados y, por lo tanto, no se les puede responsabilizar de los
posibles daños causados.
El gobierno está
obligado por la justicia distributiva a facilitar los medios seguros
y necesarios para proteger a la población, y para ello puede
disponer de un dinero que es del pueblo, o sea, nuestro, y también
tiene el deber de informarnos cómo está utilizando esos recursos.
Además, y esto es básico, toda persona tiene el derecho inalienable
a ser completa y perfectamente informada de los servicios sanitarios
que se le ofrecen.
www.padrealejandro.org