La leona de dos mundos

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez

 

 

Tengo dos semanas tratando el interesante tema del mundo de las mujeres -que aquí entre nos- es el mismo en el que vivimos los hombres, aunque algunos parece que no se han enterado. “Esos” son aquellos ignorantes cuya conducta hacia sus esposas parece resumirse en la frase: “Te prefiero enojada” y cuya norma de conducta es proceder con abuso y sin aviso. Pues bien, resulta que esta semana me leyó otra persona (ya van dos) y me envió una ideas saturadas de jugosa experiencia, aderezadas con la sabrosa visión femenina. Cedo, pues, la pluma a esta dama.

“Como mujer que se siente como la leona de dos mundos, puedo sugerir algunas ideas referentes a un tema tan importante. Sus argumentos me parecen válidos, sin embargo, el problema es viejo (ahora es más frecuente, sí, pero es muy antiguo). 

“He estudiado y trabajado entre hombres, en áreas exclusivas para ellos. El hecho es que viendo a tantos varones en el mundo laboral, me di cuenta que la humanidad aun está en pañales. El hombre promedio se refugia en el trabajo en un intento vano de crecer y ser el “non plus ultra” en el camino que eligió. Cuántas historias de señores heroicos que mueren por sus familias (convivir al lado de ellas no parece heroico; en cambio, morir por ellas parecería que sí lo es). Cuando el intelecto por fin permite al hombre traer el pan con ingenio y no con fuerza, en lugar de intentar ser parte activa de la familia, ocurre lo contrario. Por otra parte, ahora la mujer se ha dado cuenta que sí puede competir con su ingenio, y en lugar de que el hombre emule a la mujer, la mujer sale disparada a realizarse.

“En mi caso, Dios quiso que cuando me había convertido en un fuerte rival (intelectualmente hablando) para el hombre -en su mundo de hombres- me viera obligada a ser mujer al cien por ciento; me hizo mamá. Y en el mundo de las mujeres descubrí que la felicidad está tan al alcance de la mano con la simple faena de servir. Pude haberle encargado a mi hijo a una nana mientras hacía yo la labor de padre suministrador. Hubiera sido factible y no sabe cuánto me sentí tentada a hacerlo, pero el instinto maternal, y un buen consejo, me obligaron a ser mamá de tiempo completo. Jamás dejaré de dar gracias a Dios por eso. Cuando una “pierde” 2 horas intentando que el angelito coma; cuando una comprueba que la temperatura bajó a 38 después de 5 horas de angustia; cuando una ve el amor más puro en una sonrisa incondicional… realmente es cuando una se realiza. 

“En esta época de avances e igualdades da pena ajena ver a mujeres abandonar a sus familias en busca de una realización vana. Pero, por otra parte, la abnegación de tantos años no ha sido suficiente para que los hombres se den cuenta que deben voltear a buscar su realización en el servicio a quienes aman. Quizás el hecho de que las mujeres cometan los mismos errores que ellos logre encender la vela para alumbrar nuestro camino. Quizás los miembros de la generación que viene detrás -criada en guarderías- valore más a la familia que no tuvieron y sean ellos nuestra salvación. Quizás las mujeres podamos ignorar el desprecio que sienten algunos hombres a la tarea tediosa del día a día en el hogar y podamos desarrollarnos intelectualmente en el tiempo libre, sin tener otro incentivo que el de ser seres pensantes para nuestros hijos. Quizás el oficio de “doméstica” se institucionalice a la par de otras profesiones y así permitir tener medio tiempo de trabajo pensante y medio tiempo de trabajo importante (la familia).

“Dígame ilusa, pero para mí, el mundo estará mejor cuando hombres y mujeres dediquemos ocho horas a dormir, ocho a trabajar y ocho a servir y convivir con la familia. Se despide de usted una mujer que aprendió de su primer hijo a amar incondicionalmente, y por consecuencia, a ser feliz”. 

Una de las labores de mayor trascendencia en nuestra época es hacer entender a las niñas y a las jovencitas de que su valor -en cuanto mujeres- no depende de su relación con el hombre y mucho menos en lo referente al trabajo, sino en su dignidad intrínseca, desde donde habrán de tender las vías de comunicación con un ser tan valioso como ellas, pero definitivamente distinto.