Iglesia Católica ¿o caótica?

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez

 

 

Cuando el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros; cuando la Segunda Persona de la Santísima Trinidad vino a salvarnos; cuando decidió vivir como hombre sin dejar de ser Dios, no tocó la puerta, ni preguntó si estábamos de acuerdo… simplemente lo hizo. Cuando eligió a sus apóstoles preparándolos para que fueran las columnas de su Iglesia, así cómo cuando les dijo: “quien a vosotros oye, a mí me oye; quien a vosotros desprecia, a mí me desprecia, y quien me desprecia a mí desprecia al que me ha enviado”, tampoco lo sometió a votación. 

En estos días han aparecido en diversos medios encuestas preguntando a la gente si les gustaría tener un Papa con una mentalidad abierta sobre temas controvertidos, o uno que mantenga una postura tradicional como la de Juan Pablo II. Al escuchar uno de esos noticieros me parece recordar que el 74 % de los radioescuchas querrían una postura más progresista y el 26 % una postura tradicional. Personalmente me dio mucha alegría conocer estos resultados, pues pensé: ¡Vaya, qué gusto que todavía hay un 26 % de católicos que han entendido que la Iglesia fue fundada por Jesucristo y sigue siendo asistida por el Espíritu Santo y por lo mismo, existen temas que no están sujetos a la opinión de la mayoría, especialmente cuando tantos argumentos están basados en opiniones aderezadas por un concentrado desconocimiento doctrinal!

En otro momento un buen amigo nos refería la lectura de un artículo escrito por un periodista canadiense -agnóstico- donde afirmaba que él no entendía a los fieles que desean una Iglesia Católica en favor de la disolución del matrimonio; de la ordenación de mujeres; de las prácticas homosexuales; de la no exigencia del celibato sacerdotal, así como la aceptación del aborto, de la eutanasia y de los anticonceptivos, pues según su opinión lo único que se necesita es escoger entre tantas denominaciones religiosas aquellas que llenen sus expectativas, “o en último caso -concluía- que hagan lo que yo: que no creo en nada”. 

En la misma línea, esta vez el Obispo de Mondoñedo, España, hablando sobre uno de esos temas tan debatidos afirmaba, con un ejemplo muy simple, quesi algún jugador de futbol, al ser amonestado por el árbitro -por pegarle al balón con las manos- argumentara que a él le gusta jugar así, el árbitro le podría contestar que “eso” no se llama futbol, pues este deporte tiene unas reglas muy concretas y, por lo tanto, que use otro nombre para su nuevo juego. 

Siguiendo este argumento, podemos concluir que lo que pretenden algunos -aunque estadísticamente sean considerados como mayoría- podría llamarse (si así lo desean): “iglesia caótica”, pues la Iglesia Católica se rige por los principios establecidos por Jesucristo, y por la autoridad que Él determinó otorgar a sus vicarios: los Papas. Tal parece que se renueva la disyuntiva de Adán y Eva cuando quisieron ser tan sabios y poderosos como su Creador. 

Opinión no es lo mismo que “verdad”. Opinión no es lo mismo que “lo correcto”. Opinión no es lo mismo que “lo bueno”. La opinión de muchos sigue siendo opinión… aunque sea de muchos. La opinión de muchos hombres es la opinión de esas personas. La opinión de Dios es la opinión de Dios, no la de algunos hombres, aunque sigan siendo muchos, aunque lleguen a ser la mayoría…, incluso, aunque todos estuviéramos de acuerdo en el error… y llámenle como quieran, pero “eso”, que algunos pretenden, no se llama futbol, ni tampoco Iglesia Católica. 

En los inicios de nuestra fe, los primeros cristianos eran minoría, y tuvieron que enfrentarse a un mundo mucho más pagano que el presente. Su labor no fue fácil, pues muchos tuvieron que llegar al martirio para dar testimonio de la doctrina enseñada por Jesús-Cristo, y que ellos supieron encarnar maravillosamente en sus propias vidas. Vivimos en la época de la imagen, de los sentimientos, en una sociedad de consumo, sobre todo de bienes y verdades desechables. El cristianismo auténtico, por el contrario, es una doctrina que nos exige renunciar a nosotros mismos; basada en el ejemplo de un Dios que renunció a los honores hasta dejarse crucificar. Llámenle como quieran… pero “eso” que pretenden algunos se llama comodidad…, se llama egoísmo…, se llama soberbia..., se llama 
ignorancia. No cabe duda que los cristianos somos seres llenos de defectos, pero lo peor que podemos hacer es tratar de engañarnos enmendándole la página a Dios.