Pues hazte cura...

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez 

 

 

Allá por los años sesentas, un queridísimo sacerdote a quien debo mucho, circulaba por calles del Distrito Federal en un coche “Valiant” de aquel año, que un amigo le había prestado para ir a confesar. Es cierto que entonces aquel coche, sin ser lujoso, llamaba la atención.

Pues bien, al detenerse en un semáforo escuchó que el conductor del coche de al lado dijo en voz alta: “¡Qué bien viven los curas!” Mi buen amigo se sintió molesto por la crítica, pero aguantándose el coraje, y por prudencia, continuó su camino, hasta que el destino los volvió a unir, y no muy lejos, sino apenas una cuadra adelante, lugar en el que aquel hijo de la Reforma repitió su embestida con las mismas palabras, pensando quizás que el padre no las hubiera oído.

Para esta ocasión, la paciencia de mi colega ya había cubierto su cuota, y con la voz impetuosa que lo distingue le dijo: “Pues hazte cura, tontín”. (Aquí conviene aclarar que la última palabra no fue “tontín”, sino el nombre del toro viejo que suele tirar de una yunta en compañía de otro buey).

Este tipo de anécdotas suele entremezclar en mi ánimo la risa con un cierto disgusto al percatarme de que en nuestro país nadie se siente ofendido si un arquitecto o una secretaria manejan un buen coche. Además, desde el punto de vista de los estudios, todo sacerdote ha de tener una preparación tan exigente como la de cualquier buen profesionista; pero a los sacerdotes se nos considera absoluta, definitiva, clara, y contundentemente fuera de “la clase trabajadora”. ¡Vámonos tendidos!

Conozco decenas de sacerdotes que además de celebrar la Santa Misa, y administrar otros Sacramentos, suelen pasar más de siete horas diarias metidos en su confesionario, sin estéreo, sin refrigerador, ni aire acondicionado, ni eliminador de olores, atendiendo las cadaunadas de cada uno de los que, arrepentidos de sus pecados buscan el perdón de Dios, van a pedir un consejo al padrecito, o simplemente necesitan desahogar sus penas con quien saben lo escuchará... y sin cobrarles “cóver”.

No apruebo que un sacerdote tenga un coche de lujo, pero puestos a escoger entre un presbítero con coche lujoso, y otro que tenga una carcacha con 300 mil Kilómetros, prefiero al primero, pues el segundo se la va a pasar visitando el taller en vez de sus capillas, y llegando tarde a las Misas, Bautizos, clases; y llegará al hospital no para administrar la Unción de los enfermos, sino sólo a rezar responsos. No pretendamos tener sacerdotes tercermundistas para brindar al hombre y a la mujer de nuestro tiempo la atención espiritual que necesitan.