¿Se justifica la tortura?

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez 

 

 

Desde que se pusieron de moda los derechos humanos, es mucho lo que se ha escrito y hablado sobre la tortura. Es famoso el chiste de aquel concurso de agencias policíacas en el que se les pidió a agentes del FBI, la KGB y la Judicial que atraparan vivo un conejo en un bosque. Claro está que el equipo ganador sería el que lo consiguiera en menos tiempo. Los norteamericanos tardaron una hora, los rusos cincuenta minutos y los mexicanos regresaron a la media hora con un elefante severamente golpeado que llegó diciendo: “les juro por mi madre que soy conejito”.

Pues bien, tal parece que a los estudiosos se les ha pasado por alto el tema de la “auto tortura”. Permítanme poner un ejemplo personal. Hace casi un mes me sometí a una operación del hombro derecho. Gracias a Dios, al cirujano (Doctor Juan Francisco Hinojosa) y su gran equipo humano y técnico, los resultados están siendo muy positivos. Sin embargo, el cuerpo requiere de tiempo y ejercicio para recuperarse de las consecuencias de toda cirugía. Es lógico que los ejercicios deberán hacerse gradualmente, pero la costumbre nos lleva muchas veces a hacer movimientos que están fuera del programa, los cuales son acompañados irremediablemente por la típica respuesta de dolor.

Sin embargo, de la experiencia mencionada he podido aprender muchas cosas, entre las cuales están: peinarme, lavarme los dientes y rasurarme con la mano izquierda. No siempre con óptimas consecuencias por cierto, pero cuando era niño, o adolescente, tampoco los resultados eran dignos de calificarse con un diez a pesar de que usaba la mano derecha.

Todo ello conlleva una cierta tortura, como también suele serlo el proceso educativo al que nos sometemos para dominar una ciencia, un deporte o un arte. Algo parecido sucede con las dietas a las que se someten los gordos y los enfermos y los procesos de reeducación para abandonar vicios como el tabaquismo, el alcoholismo y otros. Benditas sean, pues, estas torturas.

Pero por otra parte, existen otras mucho peores como tener unos padres que no saben dar cariño ni tiene la capacidad de comprender las limitaciones y errores de sus hijos. Tortura, espantosa, es vivir irremediablemente con quienes no saben valorar la decencia, el cariño y los servicios que se les dan y responden derramando amargura y humillaciones.

Lo que para algunos resulta insoportable, puede ser grandioso para otros, como comprobamos a diario con los distintos estilos de música. En este tema, y en muchos otros, la casuística es interminable, pero ser concientes de ello nos puede ayudar a ampliar nuestro criterio y aprender a ser tolerantes con aquellos gustos que nos disgustan y así crecer un poquito en madurez.