Afortunadas crisis

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez  

 

 

Hace poco leí las declaraciones de un hombre, que al ingresar a la cárcel, comentó cómo había tratado de tranquilizar a su familia animándola a ver aquella prueba como algo bueno, y para ello les relató el cuento de un príncipe que caminaba por tierras lejanas en compañía de su primer ministro, el cual, en un descuido, lo rasguñó con las espinas de un árbol que estaba en el sendero. El hecho provocó la ira de su señor, quien lo metió en un pozo para que muriera de hambre.
Al continuar su camino, ya solo, fue capturado por unos lugareños que lo condujeron para matarlo ante sus dioses, pero al descubrir que tenía aquella pequeña herida lo consideraron imperfecto, y por lo mismo, indigno de ser sacrificado, dejándolo en libertad. El príncipe regresó al pozo para sacar a su ministro en agradecimiento de que le hubiera salvado la vida. A su vez, aquel noble servidor agradeció a su señor que lo hubiera metido en el pozo y, gracias a ello, los nativos no lo encontraron, pues de haber sido así, lo hubieran sacrificado a él.
Soy de la idea de que los tiempos malos son mejores que los buenos para crecer en virtudes, como lo han demostrado infinidad de pueblos al sufrir grandes crisis. Bástenos pensar en países como Alemania y Japón después de la segunda guerra mundial, y en su recuperación gracias a su disciplina y trabajo.
Aunque la distribución de los recursos en países como el nuestro es sumamente injusta, pienso que estamos muy lejos del nivel de penalidades que conocieron tantas otras naciones después de esa guerra, donde en base a una mentalidad distinta a la nuestra, aceptaron las penalidades impuestas por sus crisis. Resulta fácil entender que aquellos sacrificios no fueron del agrado de nadie, pero –y aquí está la diferencia con muchos de nosotros- no se dieron por vencidos y aprendieron a sacar provecho de lo que tenían.
Es cierto que las decisiones importantes en la economía actual no las tomamos quienes formamos la infantería, pero no podemos considerarnos ajenos al despilfarro de nuestros recursos, tanto a nivel gubernamental, como empresarial y familiar, pues estamos atrapados por la mentalidad consumista como si nos sobrara el dinero.
Es hora de que pasemos del “consumismo” galopante al “con-su-mismo” que sabe vencer la vergüenza, de quien anda con su mismo pantalón, aunque bien planchado; con sus mismos zapatos, a los que renovamos cambiándoles las suelas y tacones; con su mismo coche, pero bien cuidado, para que no tengamos que gastar después en reparaciones mayores.
Todo ello ha de comenzar en el hogar con el ejemplo de unos padres que sepan llevar con dignidad y alegría las limitaciones económicas, agudizando su ingenio, y recordando las enseñanzas de nuestros abuelos, quienes eran más felices porque luchaban por no caer en la presunción de tener más que los vecinos, ni sufrían por la falta de marcas en la ropa que, al fin y al cabo no dejan de ser trapos. El viento todavía tiene la capacidad de hacer feliz a una familia elevando un papalote fabricado por padres e hijos con papel de China y engrudo.