Suicidios de jóvenes

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez  

 

 

En varios medios se ha manifestado la preocupación de algunos editorialistas sobre los efectos sociales que traerá consigo la actual crisis económica. Entre ellos cabe mencionar los peligros que acechan a la gente joven. Entiendo que tal hipótesis engloba principalmente a aquellos muchachos que dependen económicamente de sus padres y que sufrirán las consecuencias de fuertes reducciones económicas en el género de vida al que están acostumbrados.

Las inquietudes de dichos articulistas no carecen de fundamento, pues hoy en día, desafortunadamente, no son pocos los adolescentes que tienden a la depresión por diversas causas, llegando al extremo de quitarse la vida o, por lo menos, de contemplar esa posibilidad.

Este tipo de situaciones deberían servir a los padres como una llamada de alerta para analizar la atención que suelen prestar a sus hijos. Aunque también cabe el peligro de hacer una mala lectura culpando a la sociedad, a la mala suerte, al destino o a la inmadurez de los muchachos.

Cabe, también, que los jóvenes dediquen su existencia al estudio de una carrera profesional, detrás de la cual asoma el fantasma de la incertidumbre por la falta de empleos, con un panorama severamente castigado por dicha crisis económica. Paralelamente está el temor de formar una familia con los compromisos, obligaciones y sacrificios que esto trae consigo, donde tantos y tantas acaban decepcionados hasta dar fin a su relación con un divorcio.

Las bases necesarias para poder afrontar todo ello deben haberse construido en una familia bien estructurada donde los chicos se hayan formado en el cariño y la confianza que les dé la seguridad necesaria, junto con los principios éticos objetivos y la exigencia en la formación de virtudes. Pero el estilo de vida contagiado de “prisitis” al que nos hemos ido acostumbrando, y distorsionado por absurdas presiones sociales, no nos permite estar y convivir con calma; con esa paz que todo ser humano necesita como punto de partida para tender a la felicidad.

Benedicto XVI dice: “En este sentido, es verdad que quien no conoce a Dios, aunque tenga múltiples esperanzas, en el fondo está sin esperanza, sin la gran esperanza que sostiene toda la vida. La verdadera, la gran esperanza del hombre que resiste a pesar de todas las desilusiones, sólo puede ser Dios”. (Spes salvi. 27)

No llenemos de vacío nuestras existencias ni las de nuestros jóvenes buscando la diversión como fin. El cine, la televisión, los antros, los juegos electrónicos y muchas cosas más son simples medios. Sólo dándole contenido a nuestras vidas –en el servicio a los demás- podremos alcanzar la felicidad auténtica que todos deseamos.