Infeliz adúltero

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez  

 

 

La verdad no entiendo por qué se empeñan algunas mujeres en decir que todos los hombres somos iguales, Si en verdad así lo creen, ¿qué caso tiene escoger novio para casarse?

Quizás pretendan decir que todos somos unos canallas. Y en esto probablemente tengan algo de razón, pero no hay que exagerar. Algunos que sí son auténticos pelafustanes, caifanes, gañanes, patanes, haraganes, truhanes y malandrines son... los adúlteros. Pienso que a esa ponzoña sí deberíamos colgarla de los pulgares, para que aprendan a no jugar con la confianza de quienes les han entregado la vida entera. Aunque por otra parte, convendrá tener presentes otras circunstancias que suelen hacer acto de presencia en los problemas matrimoniales.

En otro artículo titulado “Corazón de condominio” hablaba yo de esas “listas” con las que las mujeres suelen recibir al esposo cuando éste llega a la casa después del trabajo: la lista de las travesuras de los hijos; la lista de lo que hace falta en la casa; la lista de los problemas de la esposa; la lista de los compromisos sociales; etc. Y se olvidan de que, al día siguiente, aquel hombre ha de encontrarse -por motivos de trabajo- ante una cajera de una sucursal bancaria; una secretaria; una enfermera; o una mesera; o una gerente de "relaciones públicas", que son guapas, lucen bien arregladas, no le exigen nada, y son "muy listas"..., y además lo tratan con una amabilidad poco frecuente en el hogar.

Así pues, asistimos en primera fila “al combate de las listas”. Se admiten apuestas sobre las ganadoras. No pretendo con ello cargar todos los errores a las esposas, pues la experiencia me ha demostrado que, en toda problemática matrimonial la culpa es de los dos, claro está que en diversos grados.

¿Qué pasaría si cambiáramos los papeles de la esposa, por el de las amantes?, es decir, si pusiéramos a la linda secretaria, o a la amable gerente, o a la guapa cajera a lavar la ropa del esposo y de los hijos; a cambiar pañales; a limpiar los baños de la casa; y a encargarse de la comida, compras, inscripciones escolares, etc. Lo lógico es que quien tiene derechos, pueda y deba exigir.

¿Por qué será que lo que está tan claro en la teoría, resulta tan difícil de apreciar en la vida cotidiana? Supongo que se debe al coctel de orgullo y vanidad con cinco gotas de estupidez que acostumbramos tomar todas las mañanas. Aunque parece que hay otras recetas tan peligrosas como sabrosas. Por ejemplo, cuando combinamos concentrado de soberbia con dos partes de comodidad, sin olvidar llenar el vaso del egoísmo conocido como profesionalitis. Y si esto lo acompañamos con unas rebanadas de visión pragmática y unas botanas de preocupación económica, el resultado será tremendo: Un sabrosísimo fracaso personal y familiar, que por supuesto se puede compartir con la amante para acabar la fiesta del peor modo posible.

Piénselo. Vale la pena.