Nuestra Hipoteca Social

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez  

 

 

Me resulta curioso que hoy en día se tenga una visión tan positiva y romántica de la Revolución Francesa cuando -como suele suceder en ese tipo de terremotos sociales- se haya dado tanta injusticia en pro de la libertad.

Lejos de mí intentar defender los graves abusos sociales respaldados por la monarquía y la aristocracia francesas y que llevaron como reacción, en parte racional y en gran parte visceral, la justicia en sus propias manos. Sin embargo, los desórdenes de violencia fanática en aquellas circunstancias podrían compararse a los peores hechos sociales en toda la historia de la humanidad.

En la opinión generalizada de muchos autores actuales tal parece que se admite que el fin justificó los medios.

Fue mucha la sangre culpable e inocente que se derramó en las guillotinas “libertadoras” por parte de reyes, cortesanos, nobles, religiosos, gente de a pie e, incluso, de varios famosos revolucionarios entre los que estuvo el mismo Robespierre. Con razón afirmó Mirabeau: “Cuando uno se compromete a dirigir una revolución, la dificultad no radica en que salga adelante, sino en contenerla”.

Nuestro país conoce muy bien hasta dónde pueden sufrir en una revuelta popular las clases más desposeídas. Claro está que en estos eventos sufren todos, pero no por igual.

En el sube y baja de las tendencias políticas suelen utilizarse un lenguaje equívoco, se habla de “derechas”, “centros” e “izquierdas” pero habría que precisar, en cada caso, cuál es el significado concreto de estos términos pues dentro de una realidad política pendulante estas palabras tienen una naturaleza ambigua y, en muchos casos, son ejemplos claros de auténtico “camuflaje”.

Quienes realmente tienen interés en estos temas, no pueden rehuir la existencia de un cuerpo doctrinal presentado por la Iglesia Católica basado en enseñanzas de las Sagradas Escrituras, al que se le conoce como: Doctrina Social de la Iglesia.

Desde León XIII con su encíclica “Rerum Novarum” hasta nuestros días, son abundantes los textos que señalan criterios básicos -nunca disposiciones concretas- dentro de los cuales se ha de buscar el tan deseado bien común.

Dichas enseñanzas señalan los derechos y obligaciones tanto de los gobernantes, empresarios, patrones, obreros, sindicatos y ciudadanos en general, siempre dentro del orden moral que exige la valoración de la dignidad del ser humano, la familia y el Estado, como también de las relaciones entre las naciones poderosas y las más atrasadas.

La enorme brecha existente entre los ricos y los pobres en sociedades como las nuestra, deja clara evidencia de la hipoteca social que tenemos.

Mucho se ganaría en la consecución de la justicia social, y de la caridad, si se estudiara, con serenidad y sin prejuicios, lo que la Iglesia expone en estos temas.