Promesas, sólo promesas

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez

 

 

Paco Bobadilla pasó por Monterrey desde su querida tierra peruana, y tuve la fortuna de conversar con él. La verdad es que me impresionó grandemente descubrir a un hombre culto y sencillo (cualidades que, dicho sea de paso, suelen ir de la mano, cuando la cultura es auténtica, y no simple pose, como la de aquellos que tienen la cabeza llena de ciencia fatua, y el alma vacía). He de reconocer que disfruto enormemente cada vez que me encuentro con quienes se merecen -sin más rodeos- el calificativo de “seres pensantes”, y Paco juega en ese equipo. El tema de nuestra charla fue la Lealtad.

Según lo entiendo, las virtudes de la lealtad y la fidelidad hacen referencia a una actitud de apoyo y defensa, comprometidos por el amor, la amistad o algún convenio, hacia nuestro país, instituciones, o personas con los que estamos vinculados; y que exige “permanencia”, para que se evite el riesgo de ser alterada por las dificultades que nos supongan. 

Sin embargo todos los días nos encontramos que un deportista es leal a su equipo mientras otro no le ofrezca un contrato mejor pagado. Que un esposo será fiel a su mujer, mientras otra no le haga saber que a ella no le importa que sea casado. Que un político es leal a su partido mientras no se sienta desplazado por uno de sus correligionarios. Que un amigo no habla mal de quienes gozan de su amistad mientras no se sienta ofendido por ellos, etc. No perdamos de vista que sólo podemos aspirar a la confianza de los demás en la medida en que cumplimos nuestras promesas.

Tampoco resulta raro descubrir a padres que no saben respetar las promesas que les hacen a sus hijos, como por ejemplo el no llevarlos al lugar que les prometieron, simple y sencillamente porque les presentó otro compromiso o invitación. Valientes papás ¡Para eso me gustaban!. 

Teniendo en cuenta nuestra susceptibilidad, muchos vendedores y burócratas, temen herir los sentimientos quienes requieren de sus servicios, por lo que suelen tranquilizarlos con el consabido: “dése una vueltecita mañana a eso de las cinco”, cuando bien saben que el asunto tardará cuatro días en quedar resuelto. 

Ahora permítanme contarles la conversación de una señora con la persona que le ayuda en los quehaceres de la casa. Oye Fulanita, ¿qué pasó con lo que me prometiste? Pos´ no lo hice. Pero si tú te comprometiste a hacerlo. ¿Y dónde me comprometí? Aquí mismo, ayer. Ah, pos´ aquí mismo me descomprometo. Quienes se excusan con este tipo de argumentos son personas educadas con bastantes limitaciones, lo que no resulta comprensible es que esto se dé en todos los niveles socioculturales. 

¿Existe acaso un límite en la lealtad para que al ser infieles, no tengamos que sentir el reclamo de nuestras conciencias recriminándonos que somos unos cochinos traidores? Ustedes me han de perdonar, pero tengo que darles una mala noticia: la lealtad que viven muchos es de baja calidad... simplemente no da el Kilo. Hasta hace algunos años la palabra de honor valía más que un documento notariado. No perdamos de vista que estas virtudes constituyen las bases más importantes de la estabilidad en toda sociedad, y que cuando somos leales resulta muy confortante descubrir y gozar de la confianza que nos tienen los demás.