El llanto de aquel bebé

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez  

 

 

Cuando nos acercamos al pesebre que adorna nuestras casas en estos días podemos ver las figuras del misterio acompañadas por los pastores, los reyes magos -cada día más cercanos al portal- el buey, la mula... pero... no somos capaces de oír sus voces. En nuestras casas hay demasiado ruido del teléfono, la radio y la televisión.

Por lo mismo no estamos en condiciones de escuchar el llanto de ese bebé que tiene hambre, aunque para ser más precisos deberíamos decir: tiene sed. Todavía no he visto ninguna figurita de barro donde se represente a la Virgen María amamantando con sus benditos pechos al Hijo de Dios, según el piropo que años después recibieran, Madre e Hijo, de labios de una mujer del pueblo judío.

Me encantó el escuchar un viejo e ingenuo villancico mexicano en el que al Niño de Belén lo llaman: Chilpayatito Dios. ¿Será posible que mientras más dominamos la Naturaleza que Él nos regaló, perdamos la capacidad de tratar a nuestro Creador con la sencillez que hasta hace poco lo trataban nuestros padres y abuelos?

¿Quién de nosotros no advierte, en esta noche de Navidad la necesidad en un esfuerzo de simplificación interior que nos haga como Él nos quiere: como niños? Sobre todo en el mundo de hoy, donde es tan fácil envejecer espiritualmente, y también morir aun siendo jóvenes de años, y de piel. ¡Cuántos jóvenes y adultos parecen haber nacido espiritualmente viejos! ¡Cuántas personas de almas enmarañadas como laberintos, y de corazones en perenne agitación y bullicio!

La Navidad es la hora de la sencillez, es el momento del renacimiento y de la infancia espiritual. Es necesario aprovechar este momento en el que Cristo se acercó a los niños y conversó y jugó con ellos, sin perder de vista que Dios escogió unas circunstancias incómodas para su nacimiento; la lección es para nosotros, hombres del siglo veintiuno, en perenne espera de lo extraordinario y de lo maravilloso, y siempre anhelantes de nuevas y asombrosas formas de comodidad y diversión.

¿Quién de nosotros se contenta viviendo sólo con lo necesario? ¿Quién sabe trazar con cristiana prudencia, y delicadeza de conciencia, el límite entre lo necesario y lo superfluo?

¡Cuántos son, por desgracia, los que viven con pleno despilfarro, demostrando con ello su frivolidad! El ansia por lo superfluo es la norma de vida y la medida del corazón de muchos hombres y mujeres a los cuales parece que jamás haya llegado la Luz de Belén. Y son pocos los que recuerdan y viven otro precepto del Señor que nos manda compartir con los que no tienen.

Los ángeles, al dar gloria al Dios recién nacido, prometen la paz del Cristo a “los hombres de buena voluntad”. He aquí la única “clase” a la que todos deberíamos pertenecer.