Orgullosos de ser mediocres

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez  

 

 

Alguna vez pensé que sería buen negocio fabricar camisetas con la leyenda “Soy mediocre”. Pero supongo que sólo se venderían para hacer bromas de mal gusto. No puedo pensar en que alguien las comprara para su uso personal. Aunque también podría darse el caso de algún joven rebelde que quisiera hacerles pasar un mal rato a sus papás.

La mayoría de las personas piensan que como no son malas, necesariamente son buenas. Grave error, pues al igual que entre el agua fría y el agua caliente está el agua tibia; entre la virtud y el vicio, está la mediocridad. Esta repugnante forma de vivir, tiene relación estrecha con nuestras omisiones, es decir, con todo aquello que estamos obligados a hacer pero no hacemos.

Ver muchas horas de televisión al día, por poner un ejemplo concreto, deja una profunda huella de inactividad en los televidentes, y eso, suponiendo que todos los programas fueran moral y psicológicamente buenos. Este tema ha sido estudiado con seriedad por diversos especialistas en todo el mundo. Y la mayoría de los usuarios de la televisión son los niños.

Por otra parte, la vanidad de algunos mediocres los lleva a ilusionarse con llegar a ser famosos y admirados. Entonces suelen optar por dos caminos: Hacer travesuras y acciones que sean mal vistas por la sociedad vistiéndose y peinándose de formas raras. Otros echan a volar su imaginación, soñando en ser héroes de muy diversas fantasías, en vez de poner los pies en la tierra esforzándose por ser mejores.

Es comprensible que estas manifestaciones se presenten durante la pubertad y la adolescencia, épocas en las que los jóvenes buscan la definición de su propia personalidad. Lo malo se da cuando todo esto se mantiene en quienes ya son adultos e, incluso, han formado sus propias familias.

En cuanto a los proyectos de vida cabe esta pregunta: ¿En qué usan su libertad tantos y tantas cabezas de familia? No es raro descubrir que muchos los ubican en logros económicos y materiales, aunque, por supuesto, con el deseo de que sean disfrutados por sus seres queridos. Esto nos habla de que el modelo de muchos señores va más por el tener, que por el llegar a ser y, desafortunadamente, educan a sus hijos en esta cosmovisión.

El opuesto al mediocre no es el líder, sino aquel que no deja sus responsabilidades, sus proyectos y su vida, a medias. Por ello cada padre de familia no tiene porqué convertirse en un Supermán, pero sí ha de procurar ser, cada día, el mejor esposo y padre posible. De la misma forma, una ama de casa, aunque no sea una lideresa, puede ser fabulosa siempre entregándose con amor y por amor, a sus quehaceres cotidianos, además de no conformarse con lo que es y sabe hacer.

Sólo hay una forma honrada de exigir a los demás: exigiéndonos, antes, a nosotros mismos.