La Iglesia en crisis

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez  

 

 

A diario escucho y leo los ataques que muchos lanzan sobre los sacerdotes, obispos y el Papa, y me siento obligado a hacer un balance sobre nuestra situación. Lógicamente lo hago a nivel personal, es decir, no como quien tiene autoridad para exigir a otros, sino simplemente como quien piensa en voz alta.
Me duele la Iglesia. Soy consciente de que en estos momentos se nos exige a todos los católicos una reacción basada en la coherencia de vida. Es momento de superar una serie de complejos provocados por diversos factores, como lo son: la muy deficiente formación doctrinal, la falta de acompañamiento por parte de los pastores, la indolencia de mucha gente que, dejándose arrastrar por la comodidad y el miedo al compromiso, prefieren dedicar sus mejores esfuerzos a aprender idiomas o computación, antes que estudiar el catecismo y la Biblia.
Hasta hace años las iglesias eran auténticas obras de arte. Nuestros antepasados no nos superaban en medios, técnicas y materiales de construcción; en lo que sí nos superaban era en su fe y en su amor a Dios.
Por otra parte, la escasez de sacerdotes es una muestra clara de que algo está fallando, pues las vocaciones nacen en la familia, pero como consecuencia, también, de la imagen que trasmitimos los curas.
Los sacerdotes hemos sido llamados a ser auténticos hombres de Dios, ministros sagrados, y esto se consigue principalmente a base de oración personal, cultivando nuestra vida interior para poder dar a los demás algo de lo que llevamos dentro, sin conformarnos con administrar los Sacramentos.
La fe de los pueblos la han mantenido siempre las mujeres: las madres, las abuelas, pero en los últimos años parece que se han dejado hipnotizar por la televisión…, por las telenovelas y demás chismes, y se han olvidado de rezar y de enseñar a rezar.
A muchos les da escozor hablar del pecado y del infierno… y piensan poco en el cielo. Entonces, pues, también nos está faltando sentido teológico. Si acaso, se oye hablar del amor de Dios pero menos del amor a Dios.
Nuestra fe -frágil- va por una ruta y nuestras obras por otra. Hay mucho más empeño por agradar a la sociedad que a Dios mismo. No es, pues, culpa exclusiva de los sacerdotes. Todos somos culpables.
Si a todo esto le añadimos los abominables y punibles delitos de algunos clérigos y la publicidad que los medios les dan, parecería que estamos ante los estertores de la Iglesia. Este es un claro objetivo de sus enemigos. Sin embargo, la historia ha demostrado que la Barca de Pedro a pesar de sus crisis no se ha hundido.
Debemos aprender a sacar de las dificultades el impulso para crecer en las virtudes, para ser mejores. Es hora de preguntarnos: ¿Soy o no soy católico? Ya que ser “poco católico” es algo muy peligroso… pues Dios no sólo castiga a los pecadores impenitentes, sino también vomita a los tibios.