“En mis tiempos…”

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez  

 

 

A diario se escuchan los reclamos de padres que les dicen a sus hijos: “En mis tiempos los hijos no les respondían a sus papás” y mil argumentos más por el estilo. Por lo mismo, no es de extrañar que los hijos usen el mismo argumento para protestar diciendo: “Es que en tus tiempos las cosas eran diferentes”.

Personalmente me parece absurdo tal planteamiento, pues a mis 61 años de edad estoy plenamente convencido de que mis tiempos son los de ahora: Hoy es mi tiempo y lo será mientras viva.

Es más, me parece que siendo una persona mayor, soy más dueño de mis actos que cuando dependía de los permisos de mis progenitores para muchas cosas.

Según este esquema, me atrevo a afirmar que los tiempos de los jovencitos todavía no han llegado. Serán sus tiempos cuando puedan decidir cómo manejar sus vidas, por haber alcanzado -entre otras cosas- la autonomía económica. Sé que esto les sonará a herejía a algunos jóvenes pues muchos se sienten como si fueran los dueños del mundo. Un mundo que está obligado a brindarles la diversión y el placer que ellos puedan desear. Sin embargo, me atrevo hacer una pregunta. ¿En base a qué? Es decir, ¿cuál es el argumento que justifica dicha pretensión?

Para exigir un sueldo será necesario trabajar rindiendo los resultados acordados por el contratado y el contratante. Así como un pobre no puede exigir que se le dé dinero por ser pobre; un muchacho no puede exigir que se le cumplan sus caprichos porque es joven.

Lo que un hijo puede exigir es el sustento y los estudios que sus padres le puedan dar. En nuestras leyes civiles no está contemplado el derecho a la diversión.

A muchos adultos les resulta incomprensible el cinismo de muchos menores. A mí me resulta obvio por la falta de exigencia en su educación. El cinismo suele ser el equivalente del “sí mismo”: del egoísmo. Claro está que este defecto no es propiedad exclusiva de los jóvenes. ¡Qué va! Aunque quizás sea más llamativo en ellos por su condición de dependientes.

Parte importante de la madurez consiste en saber valorar los diversos componentes de la realidad. Así, por ejemplo, reconocer todo lo que los padres hacen por sus hijos desde mucho antes de nacer. No se trata de cobrarles a los hijos los desvelos, atenciones y cuidados que han tenido con ellos. Pero es saludable que entiendan que no nacieron por generación espontánea. Sólo quien sabe apreciar la familia donde nació tendrá la capacidad para formar una familia sana.

Es bueno que los menores vayan fabricando “sus tiempos” hasta que puedan sentirse orgullosos de conseguir muchas cosas buenas gracias al respeto, la colaboración y el esfuerzo. Pero para eso se requiere la labor de los padres en su papel de verdaderos educadores.