No todo lo que brilla es oro

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez

 

 

¿Alguna vez ha visitado usted una mina? Sí, de donde sacan el oro, la plata, el zinc, el plomo. Pues yo estuve hace apenas tres días. Después de colocarme un cinto con la pila de la linterna, un chaleco reflejante, unos guantes de trabajo y un “auto-rescatador” que se debe utilizar en caso de incendio, y de escuchar las debidas instrucciones sobre el funcionamiento de estos aparatos, entramos por el tiro principal. En esta ocasión éramos sólo tres personas: un empleado de la mina, un trabajador nuevo, quien al igual que yo no había entrado nunca, y un servidor. 

El recorrido fue largo, no sé cuánto. A la mitad de un túnel (adivinó, sí señor: oscuro y húmedo) nos metimos en un elevador que controlan desde una central a la que se comunican por teléfono y así nos bajaron a otro nivel y después a otro más profundo donde seguimos recorriendo largos tramos en los que, de vez en cuando, aparecían ensordecedores camiones de carga que ocupaban casi todo el ancho de los túneles, y por aquello de la impenetrabilidad de los cuerpos, nosotros teníamos que refugiarnos en las oquedades de las paredes. Cada encuentro con aquellos vehículos me producía una sensación curiosa, entre miedo y curiosidad, pues hasta que pasaban frente a nosotros no se podía distinguir de qué tipo de máquina se trataba, ya que su luz nos encandilaba. Más adelante visitamos un taller donde reparan diversos tipos de máquinas como camiones, tractores, excavardoras y otras con las que hacen las “barrenaciones” o agujeros de varios metros de profundidad y pocas pulgadas de diámetro, dentro de las cuales colocan las cargas explosivas en embutidos de gel.

En otro momento bajamos a los niveles inferiores por largas escaleras de tubos. Nuestro guía nos daba las instrucciones convenientes para cada caso y nos explicaba el funcionamiento de cada máquina que encontrábamos. En otras veces eran los mineros quienes nos instruían sobre el trabajo que estaban realizando. En su momento nos señalaron con claridad las vetas de minerales y cómo el oro en su estado natural aparece como manchas rojizas, parecidas al óxido, en algunas piedras.

A determinada hora se realizan las detonaciones y para ello quienes prenden las mechas, que dan márgenes de tres a seis minutos, han de irse a refugiar en oquedades nada cómodas pero más seguras ya que, de no hacerlo así, la onda expansiva podría lanzarlos proyectados como las balas de un cañón; sin embargo, después de las explosiones han de quedarse en sus lugares un mínimo de media hora por la concentración de polvo, humo y gases. Según nos dijeron, es una experiencia muy especial. No lo dudo.

Cuando dos personas se cruzan dentro de aquellos espacios confinados no se ven a las caras, pues se ha de evitar deslumbrar con sus potentes lámparas los ojos del otro. Este hecho, que podría no tener mayor importancia, convierte esos breves encuentros en algo un poco despersonalizado. 

En fin, por lo poco que pude apreciar, el trabajo de estas personas es sumamente duro. Por si fuera poco, trabajan en tres turnos de ocho horas de forma que quienes cubren las tandas nocturnas pasan más de la mitad de cada día en la oscuridad. Se dice fácil, pero esto aumenta en mucho lo pesado de esta labor. 

Cuando usted vea un anillo o cualquier otra joya de oro en sus manos o cuello, podrá valorar más lo que ese metal dorado significa. De igual forma vale la pena descubrir ese otro oro del cariño recibido durante años por parte de padres, familiares y amigos. Amor que en no pocas ocasiones ha supuesto riesgos, sudores, desvelos, cansancio y mucho más. 

Difícilmente alguien tira una alhaja de oro a la basura, pues de igual forma hemos de cuidar el amor que recibimos, pues de lo contrario estaríamos demostrando inmadurez y superficialidad. Un consejo…, bueno, dos: Si alguna vez tiene oportunidad de visitar una mina prepárese para aprender mucho, y si se encuentra con algún minero recuerde que está frente a alguien que sabe sacar de entre la oscuridad y las piedras algo de mucho valor. Aprendamos de ellos, pues seguramente en nuestras vidas también hay mucho oro escondido que descubrir.