Te juro por mi celular

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez  

 

 

No son pocas las familias en las que la falta de dinero es el tema y, cuando sale el tema… hay problema.
No dudo que dentro del estilo de vida al que nos hemos ido acostumbrando haya quienes ya juren por su celular.
Poco a poco hemos ido perdiendo de vista el sentido teológico de nuestras vidas, nos olvidamos que somos criaturas; que venimos de un Creador: Que Dios existe; que aquí estamos de paso y la verdadera vida -la que no conoce la muerte– es la que vendrá cuando nuestros signos vitales hayan desaparecido.
A muchos les molesta oír hablar de dogmas y misterios, y sin embargo vivimos rodeados de incógnitas que los científicos no han podido resolver.
En una interesante entrevista el -en aquel entonces cardenal Ratzinger- afirmaba: En la visión subjetiva de la Teología, el dogma es considerado con frecuencia como una jaula intolerable, un atentado a la libertad del investigador. Se ha perdido de vista el hecho de que la definición dogmática es un servicio a la verdad, un don ofrecido a los creyentes a través de la autoridad designada por Dios. Los dogmas -ha dicho alguien- no son murallas que nos impiden ver, sino, muy al contrario, son ventanas abiertas al infinito.
¿Por qué tendríamos que extrañarnos de que existan misterios en los temas de religión? Estos misterios de la fe son simplemente verdades que están por encima de nuestra inteligencia y el argumento para darnos la certeza de que no estamos en el error, es que Dios nos lo ha revelado. ¡Qué pequeño sería Dios si nosotros pudiéramos entenderlo!
Hoy estamos ante el misterio de la encarnación del Verbo, según nos lo refiere el evangelista San Juan. Dios que se hace hombre sin dejar de ser Dios. Dos naturalezas –humana y divina- en una sola persona, la segunda de la Santísima Trinidad, pues así quiere dar comienzo a la economía de la Redención.
Dios no se dio por vencido al ver que el ser humano se había alejado de Él y vive en nuestra búsqueda. Se hace presente y pide perdón como hombre a nombre de la humanidad -pero con categoría infinita como Dios- para pagar nuestro rescate.
El anuncio a sus beneficiarios es: “No temas. Mirad que vengo a anunciaros una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: Hoy os ha nacido en la ciudad de David el Salvador, que es el Cristo, el Señor”.
Un bebé envuelto en pañales en un pesebre de Belén, que a los ojos humanos era simplemente un recién nacido más, es el responsable de que ahora nosotros podamos ser eternamente dichosos, pero hay un requisito que debemos cumplir: Tener buena voluntad y actuar en consecuencia.
Aquí tenemos, pues, el motivo más profundo de nuestra alegría. La vida del ser humano, cuando está iluminada por la fe en Dios, nos permite ver la luz y comprender el significado de las sombras.