Hombres… o burros

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez   

 

Hoy, cuando nos sobra información nos falta capacidad para aprovecharla adecuadamente. Nos hemos rodeado de palabrería vacía con el deseo de defender unos derechos humanos, que no siempre corresponden a la realidad por no tener una base antropológica bien fundamentada.

Juan Chapa afirma que “la civilización occidental no sería lo que es sin la ley de los romanos, la razón de los griegos y la justicia de los profetas de Israel”. No deberíamos perder de vista que la reflexión ética es muy antigua en el saber humano. Ya Sócrates (siglo quinto antes de Cristo) afirmó que la decadencia de Grecia, en su tiempo, se debía a la crisis de la vida moral de los atenienses.

Poco después, Aristóteles escribió que la persona humana se distingue del animal porque conduce su vida moralmente, por eso define al hombre como un “animal ético”.

Otro autor, Marco Tulio, más conocido como “Cicerón” -político y orador romano muerto en el año 46 antes de Cristo- hablando del respeto a la Ley Natural afirma en el capítulo III de su libro La República: “Ciertamente existe una ley verdadera, de acuerdo con la naturaleza, conocida por todos, constante y sempiterna... A esta ley no es lícito agregarle ni derogarle nada; ni tampoco eliminarla por completo. No podemos disolverla por medio del Senado o del pueblo. Tampoco hay que buscar otro comentador o intérprete de ella. No existe una ley en Roma y otra en Atenas, una ahora y otra en el porvenir; sino una misma ley, eterna e inmutable, sujeta a toda la humanidad en todo tiempo”.

El estatuto moral de la persona no le viene de fuera, sino que tiene origen en su misma naturaleza y no en las simples costumbres de un pueblo, pues en todas las épocas de la humanidad han existido formas de conducta antinaturales que terminan siendo aceptadas socialmente.

La Filosofía ha de definir, pues, la estructura moral del hombre a partir de su condición de persona, y no partiendo de la generalización de comportamientos. No perdamos de vista que la Naturaleza no perdona cuando se contradicen sus leyes y siempre termina cobrando la factura. Si la bondad o maldad de nuestros actos depende de las costumbres sociales, el robo, la mentira y el crimen no deberían considerarse como malos en las Islas Marías, al igual que en todas las prisiones del mundo.

Hay quienes atacan a la Moral pues dicen que nos prohíbe hacer determinadas acciones por considerarlas “malas”. Lo curioso es que esas mismas personas olvidan que la Moral no sólo “prohíbe”, sino que también “exige” hacer cosas buenas, y esto puede resultar mucho más incómodo aún.

Si cada uno determina su propia moral, o no nos preocupamos de la calificación ética de nuestros actos -aceptando que ello exige trabajar por ser personas virtuosas que conocen su naturaleza y viven coherentemente con ella- terminaremos rebuznando.