Ésos del Opus

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez   

 

Resulta frecuente que mucha gente cuando se refiere al Opus Dei diga simplemente “el Opus”. Antes de seguir adelante habré de recordar que yo soy uno de “ésos del Opus”: Sacerdote numerario de la Prelatura Personal del Opus Dei. “Opus” significa obra y “Dei” de Dios, en latín.
Este 26 de junio pasado se celebró la fiesta del fundador, quien murió en el año 1975 y fue canonizado por SS: Juan Pablo II el 6 de octubre del 2002 en la Plaza de San Pedro.
Es mucho lo que se habla y escribe -bien y mal- sobre esta institución fundada hace 82 años. Personalmente me considero con autoridad para hablar sobre el tema pues tengo 47 años en ella, de los cuales 33 como sacerdote.
También me ha tocado escuchar críticas a quienes son de la Obra, asunto que no me resulta raro pues precisamente me dedico a confesarlos y tengo bien claro que son personas comunes y corrientes.
En estos años he tenido la suerte de confesar mucha gente del Opus Dei. Algunos con altos niveles económicos y sociales y otros: obreros, empleados, campesinos, personas que trabajan en el servicio doméstico…, en fin, la mayoría de aquellos a quienes solemos denominar como “la clase trabajadora”. Y digo “suerte” pues la confesión me permite asomarme a esas luchas de gente buena que se ha propuesto amar a Dios con obras y de verdad.
Además, la convivencia con gente del Opus Dei me pone en la práctica ante sus limitaciones, defectos y errores. Lo mismo que les sucede a quienes conviven conmigo. No somos ángeles. Como cualquier católico estamos llamados a la santidad. Jesús nos dijo a todos: “Sed perfectos como mi Padre celestial es perfecto”. Ahora bien, de eso, a que lo seamos, hay diferencia.
Dios nos pide el esfuerzo diario y decidido por ser un poquito mejores luchando contra la comodidad, el egoísmo y la soberbia que son patrimonio común de la humanidad.
El espíritu que inspira a esta institución es sumamente atractivo. Predica un cristianismo fresco, aunque ordenado, donde se preferencia la libertad personal de individuos que reciben mucha formación para poder actuar con plena responsabilidad en sus propias decisiones. Se predica mucho sobre el cuidado de las cosas pequeñas por amor a Dios, tratando de hacerles la vida agradable a los demás. Pero como en todo lo que interviene el factor humano las cosas pueden fallar.
San Josemaría fue precursor del Concilio Vaticano II al señalar la posibilidad de la búsqueda de la santidad en la vida ordinaria, como también del papel del laicado en la procuración de un mundo más humano y, al mismo tiempo, más sobrenatural. Se esforzó toda su vida por ser coherentemente fiel a las enseñanzas del magisterio de la Iglesia, aunque esto le provocó no pocas incomprensiones. Pero, como constantemente le gustaba repetir: ¡Vale la pena!
Para conocerlo un poco más los invito a visitar esta página del Vaticano:
(http://www.vatican.va/news_services/liturgy/saints/ns_lit_doc_20021006_index_escriva_sp.html).