Soy libre

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez   

 

Nos está tocando la puerta una crisis económica de pronóstico incierto. Según datos recientes hay estados, como el de California, EUA, donde el promedio de la deuda por familia es de 300 mil dólares. Esto explica que una economía así esté pasando aceite y no pueda sostenerse.
Los norteamericanos se han acostumbrado a gastar sin tener dinero. No cabe duda que una tarjeta de crédito puede convertirse en un auténtico peligro en manos inexpertas, o mejor dicho, en manos conectadas a un cerebro inmaduro e imprudente.
Lo mismo está sucediendo en otros órdenes. Los adolescentes están gastando sus vidas en la computadora y en la televisión y no la están invirtiendo en construir vidas valiosas, es más, la mayoría ni saben lo que eso significa y no se interesan en averiguarlo, sólo quieren disfrutar el presente y, además, sus padres están empeñados en facilitarles todo lo que ellos les pidan para tratar de conseguirlo.
La diferencia entre desperdiciar el dinero y la vida no es de poca importancia, pues el dinero perdido se puede recuperar, pero las horas, días, meses y años perdidos, nunca los recuperaremos.
Tanto el liberalismo ideológico, como el económico, no presentan al hombre un fin definido y valioso, sino simplemente un marco de acción que puede estar vacío de contenido.
Ese es el gran engaño de quienes comercian con la libertad. Ese tipo de libertad, por supuesto, se puede ofrecer a todos los precios, y al costo que se ofrezca siempre encontraremos compradores. Desde la libertad que cuesta un “piercing” en un mercado callejero -como símbolo de inconformidad con las normas sociales- hasta la libertad que nos da un auto Bugatti que puede rebasar el millón de dólares.
La libertad no es una meta, sino una condición para poder tomar decisiones que se orienten a temas valiosos. La libertad sola no sirve, es como el dinero guardado, que será útil dependiendo en qué se gaste.
Una libertad abstracta, con miedo de comprometerse con nada ni con nadie, es tan inservible como un foco desconectado de la corriente, al igual que una libertad indeterminada puede ser el ropaje de un egoísta que trata de convencer a los demás que así es feliz.
Ser autónomo como una gaviota y poder volar conforme a mi capricho, me condenaría a comer pescado crudo todos días de mi vida; a pasar las noches en los recovecos de una peña; a no poder cambiarme de ropa y a muchas cosas más que me repugnan. Prefiero ser hombre para poder comprometer mi vida con una causa que valga la pena por estar informada por la justicia o el amor a los demás.
Cada vez que me comprometo estoy usando mi libertad y, por lo tanto, será importante ponderar, en cada caso, el sentido de esos compromisos con los derechos y las obligaciones que mi decisión conlleve.