Sacerdotes 4X4: Todo terreno

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez   

 

 Con el paso de los siglos es inevitable que la figura del sacerdote se transforme, no conformándose –por exigencias del ministerio– con la imagen de un simple predicador o la de un funcionario eclesiástico limitado a la administración de los sacramentos.
Según la Teología básica el sacerdocio hace al hombre, no sólo ministro de Dios, sino “otro Cristo”, “el mismo Cristo”. Pero, desventurados de nosotros, pues seguimos siendo esos pobres hombres con todas nuestras limitaciones naturales y todos nuestros defectos personales; siempre indignos de una misión tan elevada.
Hoy, al sacerdote no sólo se le exige la santidad de vida que le permita ser cauce limpio de la gracia sobrenatural, sino también “un experto en humanidad” como lo dijo S.S. Juan Pablo II, y más aún, tiene que estar familiarizado con la computadora y, a través de ella, conocer y manejarse en el mundo internetario, y predicar a través de él la Palabra de Dios.
El sacerdote no es un superhombre, pero tampoco, un infrahombre. Es un instrumento en las manos “Del Que Todo lo Puede”. Sin embargo, sí ha de poner mucho de su parte para quitar todo aquello que le estorba a Dios en esa labor de salvación de las almas. Por eso habrá que trabajar en él mismo hasta el final de su vida para ser:
Tan disponible como un teléfono público
Tan ayudador como un boy scout
Tan sobrio como un cadáver
Tan recto como un rayo laser
Tan capaz de llegar, convivir y servir a ricos y pobres como el sol y el aire.
Tan desprendido de los bienes materiales como las ánimas del Purgatorio
Tan agradable como una vacaciones en Can Cun con todo pagado
Tan discreto como un foco fundido
Tan sobrenatural como la gracia
Tan culto como una enciclopedia
Tan recio como el concreto
Tan flexible como una liga
Tan sacrificado como la madre Teresa de Calcuta
Tan leal como el calor al fuego
Tan perseverante como el tiempo
Tan oportuno como una tormenta en un incendio forestal
Tan disciplinado como un cadete de West Point
Tan orgulloso de su sacerdocio como una Miss Universo de su belleza
Tan coherente como las leyes de la Naturaleza
Tan prudente como un desactivador de bombas
Tan pendiente de los demás como una buena mamá
Tan transparente como el espacio sideral
Tan ordenado como un calendario
Tan sencillo como el mecanismo de un chupón
Tan astuto como un líder sindical
Tan casto como una niña de dos años
Tan hábil como para meterse al mar y salir seco
Lógicamente estas cualidades no podrán ser formadas en el seminario, aunque sí reforzadas, pues donde se deben inculcar es en el ambiente familiar y, dicho sea de paso, son perfectamente válidas para quienes su vocación no sea el sacerdocio, sino el matrimonio.