¿Gigantes o pigmeos?
Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez
AResulta curioso que en “La Verbena de la Paloma”, una
zarzuela, u opereta, estrenada en 1894, dos de los personajes dijeran que: “¡Hoy
las ciencias adelantan que es una barbaridad…, es una brutalidad, una
bestialidad!” Hoy en día sí que tenemos motivos de sobra para afirmar esto.
Las revistas especializadas en tecnología electrónica llenan sus páginas con los
nuevos modelos de aparatos que, apenas un año después de su aparición se les
considera caducos.
Desafortunadamente, también constatamos que el desarrollo
del ser humano no siempre va a la par del progreso técnico. Es curioso que
mientras más caminos y carreteras construimos más posibilidades tenemos de
perdernos, tanto en lo físico como en lo moral.
Internet ha convertido a
muchos jóvenes y adultos en “monjes de clausura” extasiados y rindiendo culto a
dioses como “You Tube”, “Facebook” y otros. Muchos padres de familia se declaran
incapaces de controlar lo que ven y escuchan sus hijos en la computadora, les
resulta tan absurdo como tratar de secarle el sudor a un nadador dentro del
agua.
Es cierto que en estos medios podemos encontrar lo peor y también lo
mejor. Pasar de lo perverso a lo sublime con ligeros toques sobre el teclado o
suaves movimientos del “mouse”. Esto resulta especialmente peligroso si
suponemos, como afirmaba Juan Jacobo Rousseau, que los actos del hombre son
naturalmente buenos. Lo cual ha sido interpretado en un sentido simplista como:
Todo lo que se me antoja es bueno.
En muchos ambientes predomina un laicismo
con tintes más bien antirreligiosos. Desafortunadamente el fracaso del laicismo
queda en evidencia, mientras en su afán de relegar a Dios, se ha demostrado
incapaz de proponer un sistema ético sólido, y suele proponer un marco liberal
indefinido que termina siendo campo de cultivo para el hedonismo, el
materialismo y la violencia, donde pueden cohabitar todo tipo de vicios que, en
definitiva, son puertas de escape ante las exigencias de la responsabilidad y
que denigran al ser humano, deteriorando a la familia como base de la sociedad.
Somos capaces de hacer grande maravillas, como a diario lo demuestran millones
de personas en el mundo entero, pero nos resulta más cómodo dejarnos arrastrar
por un ambiente relajado y superficial, que lejos de mejorarnos como seres, en
parte material y en parte espiritual, podemos sucumbir ante los placeres
animales enarbolando la bandera de la libertad para justificar nuestras zonas
obscuras.
La misma religiosidad popular es indefinida y sentimental. Nos
suele faltar doctrina como fundamento para esforzarnos por llevar una vida
coherente. Un ejemplo, a forma de caricatura, sobre este tema lo encontramos en
lo que Don Isaías García solía decir:
En el pueblo de no sé dónde,
se
venera no sé qué santo,
que al rezarle no sé qué cosa,
te concede no sé
qué tanto.
Valdría la pena hacer una revisión sobre nuestra jerarquía de
valores y descubrir en qué podemos esforzarnos para crecer como auténticos seres
humanos.