Cuando la autoestima es soberbia
Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez
Por todas partes se oye hablar de los beneficios de la
autoestima. Desde aquí, con potente voz, me uno a quienes ya lo hacen, lanzando
un fuerte ¡Hurra! a la autoestima. Sin embargo -seamos cautelosos- esta actitud
puede ser dañina cuando se pervierte trastocándose en soberbia.
Que me
perdonen los insuperables Panchos, pero desde aquí he de reclamarles una gran
mentira. Todos recordamos a quienes hicieron famosa la melodía titulada “Sabor a
mí”, que dice: “No pretendo ser tu dueño, no soy nada, yo no tengo vanidad...”.
La experiencia nos demuestra que la vanidad es patrimonio de todos los mortales.
En pocos días dará inicio la Cuaresma que tradicionalmente se entiende como un
tiempo para la verdadera penitencia, aunque en su sentido más propio su
finalidad real es la conversión de corazón, y de vida entera.
Dicho cambio
exige crecer en humildad, pero esto no es sencillo, se requiere de una lucha que
comience por conocer las estratagemas de ese enemigo que todos traemos dentro
como el caballo de Troya. La soberbia, la vanagloria, el amor propio
desordenado. Este vicio es sumamente hábil para enmascararse de mil formas
distintas.
Dice un autor espiritual que los otros pecados suelen manifestarse
uniformes y simples, pero la vanagloria es distinta: es variada y compleja.
Arremete por todos los flancos y se la puede descubrir en todo lo que nos
circunda. Este vicio se hace presente en el porte y la actitud, el modo de
andar, la voz, el trabajo, las vigilias, los ayunos, y hasta en las plegarias.
Este vicio tiene la capacidad de ocultarse en la soledad, la lectura, la
ciencia, el silencio, la obediencia, la longanimidad y -asombrémonos- hasta en
una aparente humildad.
Presentarnos como creyentes ante los demás, por
ejemplo, puede traernos consecuencias no gratas, asunto que lastimaría nuestra
soberbia.
En muchos ambientes hablar de Dios es de mal gusto. Me atrevería a
decir que está prohibido. Un claro ejemplo de esto lo podemos descubrir en una
entrevista que le hicieron hace poco a una persona aspirante a un puesto
político de elección popular, pues cuando le preguntaron si era una persona
religiosa, si tenía fe, respondió con evasivas afirmando que sí tenía fe… en el
taxista, en el ama de casa…, en fin... pero no quiso dejar claro si cree en
Dios. ¡Qué pena! Algo semejante a quienes salen de imponerse la ceniza y se dan
prisa en quitársela para que los demás no los descubran. Una actitud así
-cobarde- no puede ser grata a los ojos de Dios.
En todas partes se oye
hablar de la importancia que tiene el dar testimonio de los propios valores,
pero parecería que esto no aplica en lo referente a nuestro trato con Dios.
Ojalá esta Cuaresma sirva a alguno para redescubrir el verdadero sentido de
nuestro paso por este mundo.