Visita Papal

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez   

 

Privilegiar la visita de SS Benedicto XVI a México es simplemente ser coherentes con quien representa la fe del casi el 90% de los mexicanos.
Un sano laicismo –cuando no se tienen prejuicios anticristianos- implica que las decisiones del Estado no sean tomadas u orientadas por criterios religiosos, o por dirigentes de algún credo religioso. Pero no debe significar -en absoluto- el rechazo, la limitación, la crítica, el desprecio, ni la burla a un credo determinado.
Es innegable que algunos temas que pueda abordar el máximo representante de los católicos podrá molestar a más de uno, pues quien está comprometido con una verdad que respeta la naturaleza del ser humano hasta las últimas consecuencias, y que tiene como marco de referencia una dimensión sobrenatural, pueda irritar a quienes sólo se rigen por criterios políticos, hedonistas y económicos.
Cuando fue elegido Joseph Ratzinger como sucesor del Papa Juan Pablo II, muchos pensaron que jamás podría compararse a quien cambió la imagen del pontificado en el siglo XX a nivel mundial. Es indudable, Juan Pablo II dejó muy alto el listón. Pero conviene recordar que esta no es una competencia de popularidad como aquellas a las que estamos acostumbrados por los grandes medios de comunicación y entretenimiento.
Su sucesor no estaría obligado a hablar más idiomas; ni a hacer más viajes; tampoco debería superar el número de canonizaciones; ni podría exigírsele que contribuya más a la transformación de la estructura social y política mundial. Ni tampoco que supere ese carisma personal con el que Carlos Wojtyla conquistó el corazón de millones de personas en el mundo entero.
Si estaríamos obligados a recibir con educación y reconocimiento a algún mandatario de otra nación que viniera a promover la paz y la concordia en nuestro país en estos momentos de confusión y violencia, no se puede entender la postura cerrada y poco inteligente de quienes se sientan ofendidos por la visita papal, a o ser que sean anticatólicos, es decir, de quienes rayen en un fanatismo que afirman rechazar.
Ese gran intelectual, mundialmente reconocido, a quien llamamos Benedicto XVI, ha demostrado con un carisma lleno de serenidad e ideas claras que tiene los pies en la Tierra y la cabeza en el Cielo. Con un corazón donde la gracia divina crea un espacio en el que –holgadamente– caben todos los seres de nuestro planeta.
Ante este fenómeno de gracia divina que se despierta en los diversos países donde ha estado el Romano Pontífice, vale la pena preguntarnos si cada uno de nosotros está bien dispuesto a entender y aprender verdadero sentido de la vida. Ahora bien. ¿No será que andamos distraídos en mil asuntos y ni siquiera nos planteamos una lucha personal que nos haga mejores seres humanos y, como consecuencia, mejores hijos de Dios? No nos quedemos en la ilusión de tener al Papa entre nosotros pues detrás de todo esto debemos descubrir la voluntad de un Dios que pregunta por nosotros.