Sucios y chismosos

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez   

 

Cuando hace unos meses tuve que hacer un trámite en una oficina de gobierno y me encontraba formado en una fila ante las ventanillas, me tocó detrás de mí una pareja de jóvenes, hombre y mujer, que platicaban sin parar. Me corrijo: Ella era la que platicaba sin parar. No soy ni mojigato ni asustadizo. Estoy acostumbrado a escuchar a diario cosas malas en el confesionario, pero me impresionó la capacidad de difamación que tenía esa joven. De las muchas personas que mencionó sólo dijo cosas peyorativas. En fin, le dí gracias a Dios de que ni siquiera supe su nombre.
Lo anterior lo traigo a colación por un correo que un buen amigo me envió, en el que se relata un sencillo cuento que aclara mucho sobre este tema. (Lástima que no aparece el nombre de su autor). Y dice así:
Un día, Jaimito entró a su casa dando patadas en el suelo y gritando muy molesto. Su padre, lo llamó, mientras el niño seguía diciendo en forma irritada:
-¡Te juro que tengo mucha rabia! Pedrito no debió hacer lo que hizo conmigo. Ojalá le suceda todo lo malo del mundo ¡Tengo ganas de matarlo!
Su padre, un hombre sencillo pero lleno de sabiduría escuchaba con calma al niño que continuaba diciendo:
-Imagínate que ese estúpido me humilló frente a mis amigos. ¡No es justo!
Me gustaría que se enfermara para que no pudiera ir más a la escuela. El padre siguió escuchando y se dirigió hacia una esquina del garaje, de donde tomó un saco lleno de carbón el cual llevó hasta el final del jardín y le propuso:
-¿Ves aquella camisa blanca que está en el tendedero? Hazte la idea de que es Pedrito y cada pedazo de carbón que hay en esta bolsa es un mal pensamiento que va dirigido a él. Tírale todo el carbón que puedas. Después yo regreso para ver como quedó.
El niño lo tomó como un juego y comenzó a lanzar los carbones pero como la camisa estaba lejos, pocos de ellos le pegaron.
Cuando, el padre regresó y le preguntó:
-¿Cómo te sientes?
-Cansado pero mejor. ¡Mira cómo la dejé!
El padre tomó al niño de la mano y le dijo:
-Ven conmigo quiero enseñarte algo. Lo colocó frente a un espejo grande en el que pudo verse de cuerpo entero. ¡Vámonos! Estaba todo negro. En ese momento el padre dijo:
-Como puedes ver la camisa quedó poco sucia pero no se compara a cómo quedaste tú. El mal que deseamos a otros se nos devuelve y se multiplica en nosotros. Por más que queramos o podamos perturbar la vida de alguien con nuestros malos pensamientos y críticas, los residuos y la suciedad siempre queda en nosotros mismos.
Hagámosle caso a la prudencia cuando nos invita a callar las cosas negativas de los demás. Pocas veces nos arrepentiremos de guardar silencio y muchas por decir lo que no debemos. Difamar es divulgar los defectos y errores de otras personas. Calumniar es atribuirles falsamente cosas malas. Hablar mal de los demás no nos hace mejores, aunque lo que digamos sea verdad.