¿Cuánto vales?

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez   

 

En un panel de discusión sobre la conveniencia de disminuir la edad penal para combatir la delincuencia juvenil, escuché que: “La crisis actual no es de valores, sino de la gente que valora”. Aunque estoy de acuerdo con dicha afirmación, pienso que son muy pocos los que tienen una adecuada jerarquía de valores, pues hoy impera el relativismo moral.
Cuando un delincuente afirma ante las cámaras de televisión que él es un ratero decente, significa que la Ética -que señala la diferencia entre el bien y el mal- resulta inoperante.
Un error muy difundido en nuestro ambiente es el de considerar que no hay que juzgar de acuerdo a esquemas morales estructurados, pues muchos piensan que lo que era válido en el pasado ya no lo es ahora, como si también el hombre hubiera cambiado de bulbos a transistores y después a chips electrónicos y, por lo tanto, los criterios para calificar su conducta como buena o mala resultaran hoy inoperantes. Tal concepto es de orden mecanicista y nos habla de un cambio en nuestra naturaleza, como si la transformación de nuestras circunstancias externas hubiera modificado la esencia del ser humano.
La naturaleza humana no ha cambiado, sin embargo, hemos empobrecido la autovaloración del hombre, pues ha dejado de entenderse como un ser trascendente -con un destino muy claro después de su muerte- para quedarse en un simple ser pragmático, temporal. La vida se veía antes como una oportunidad para alcanzar la felicidad en una etapa superior y eterna, a base de someterse, por propio convencimiento y amor, a la ley del Creador, y toda nuestra realidad era considerada como útil dentro de ese juego, incluyendo las preocupaciones, el dolor y hasta la muerte.
Maurice Maeterlinck, afirmó que: “A veces no nos dan a escoger entre las lágrimas y la risa, sino sólo entre las lágrimas, y entonces hay que saberse decidir por las más hermosas”. Esta visión tan positiva de la vida sólo puede ser entendida por quienes descubran un motivo para existir, un ideal que sobrepase las amarguras que necesariamente encontramos en nuestro camino, y esto debe darse gracias a la virtud de la fe sobrenatural.
Sin embargo, hoy en día el hombre vive para poder disfrutar lo que consigue con su dinero, por eso no hay más remedio que trabajar… y aquí se acabó todo. De esta manera se entiende que para muchos, y muchas, el bien supremo sea la salud corporal. Dicha forma de entender nuestras vidas tiene repercusiones también dentro de la familia bajo el criterio de: “si produces vales… si no, ya valiste”.
Todo esto puede sonar a moralismo. Desde mi perspectiva la moral es una ciencia de primer orden, la cual ha de ir acompañada de una virtud igualmente importante: la comprensión. Es difícil encontrar personas que se atrevan a defender la existencia de un orden moral objetivo y universal por el miedo a ser tachados de moralistas, pero si nos dejamos vencer por esos temores no podremos distinguirnos de los animales.