Que me secuestren a mi marido

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez   

 

Ah, cómo quisiera que un platillo volador se posara sobre el automóvil de mi esposo y que un rayo de luz intensa se lo chupara hasta meterlo en la nave, y se lo llevara a Venus… con todo y coche. Este tipo de ideas podrán parecernos medio marcianas, pero desafortunadamente son más comunes de lo que suponemos.
Desafortunadamente algunas mujeres que sufren de violencia por parte de sus esposos no saben manejar sus sentimientos y responden insultándolos, lo cual es interpretado por ellos como un reto. Es como intentar domar a cachetadas a una víbora de cascabel enojada.
¿Qué hacer cuando la violencia es un miembro más de la familia? Lo primero será buscar el consejo de una persona prudente y experimentada en el manejo de estas situaciones y, si fuera el caso, acudir a las autoridades civiles para que protejan a las víctimas.
Dentro de la sociedad actual se ha creado un ambiente de protección hacia las víctimas, pues la violencia no se justifica nunca, pero solemos olvidarnos que en ocasiones el agresor puede estar respondiendo a provocaciones reales y graves.
El punto de partida primario de las relaciones humanas ha de ser el respeto, y cuando no se ha educado a las personas en esta actitud, desde su más tierna infancia, es común que aparezcan hechos delictuosos de todos tamaños, colores y sabores.
Basta asomarnos a la televisión para percatarnos de que las faltas de respeto entre los actores y conductores, así como contra los políticos y todo tipo de autoridades civiles académicas, militares y religiosas son el tema de algunos programas ante el regocijo de los televidentes.
Por eso nos conviene tener una visión positiva del matrimonio para encontrar unas cuantas ideas que, no por sabidas son poco importantes. Veamos lo que nos dice la Encíclica Humanae Vitae del Pablo VI en los números 8 y 9.
El matrimonio no es un efecto de la casualidad o producto de la evolución de fuerzas naturales inconscientes; es una sabia institución del Creador para realizar en la humanidad su designio de amor. Los esposos, mediante su recíproca donación personal, propia y exclusiva de ellos, tienden a la comunión de sus personas en orden a un mutuo perfeccionamiento humano…
Es, ante todo, un amor plenamente humano, es decir, sensible y espiritual al mismo tiempo. No es por tanto una simple efusión del instinto y del sentimiento, sino que es también, y principalmente, un acto de la voluntad libre, destinado a mantenerse y a crecer mediante las alegrías y los dolores de la vida cotidiana, de forma que los esposos se conviertan en un solo corazón y en una sola alma y juntos alcancen su perfección humana.
Es un amor total, esto es, una forma singular de amistad personal, con la cual los esposos comparten generosamente todo, sin reservas indebidas o cálculos egoístas. Quien ama de verdad a su propio consorte, no lo ama sólo por lo que de él recibe sino por sí mismo, gozoso de poderlo enriquecer con el don de sí.