Padres inmaduros

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez   

 

Alguien dijo que de callar nunca nos vamos a arrepentir, pero de hablar… muchas veces. No estoy de acuerdo de todo, púes también de no haber hablado cuando debíamos hacerlo también nos tendremos que arrepentir muchas veces.
La mayoría de las personas suelen tener una visión positiva de sí mismos, pensando que son maduras. Bueno, no siempre, sólo después de cumplir los catorce años de edad. Sin embargo, llegar a tener una personalidad madura exige… ¡mucha madurez! Perdón, lo definido no debe estar dentro de la definición. Pero en este caso… válganmelo como bueno. ¿Sí?
En otras palabras: La madurez no es una virtud, sino un recio tejido de virtudes. Se requiere de la ya mencionada prudencia, junto con la justicia, la fortaleza, la templanza, la ecuanimidad, la humildad, el respeto a la libertad de los demás, la exigencia moderada con uno mismo y quienes de dependen de nosotros, la honradez, la laboriosidad, el orden, la sabiduría… y como cincuenta virtudes más. Perdón, se me olvidaba el buen humor. (No recuerdo dónde leí que hay quienes nacen con una copita de menos).
No confundamos la madurez con el pensar como viejos, criticando infatigablemente todas las cosas malas del mundo. Una buena parte de nuestra madurez depende de que sepamos darle a cada cosa su verdadero valor.
Por otra parte, no olvidemos que la madurez exige un esfuerzo incómodo que no todos están dispuestos a pagar, pues su contrario –la inmadurez– tiene mucho que ver con el egoísmo.
En una ocasión un amigo me planteó un proyecto, y cuando le di mi opinión me dijo: No me digas como no, dime como sí. No cabe duda que nuestro principal enemigo somos nosotros mismos. La semana pasada escuché que cada vez que le dices no a la vida… envejeces. No sé si todavía el mundo seguirá siendo de los audaces, pero la experiencia suele darle la razón a ese dicho popular.
Necesitamos salir de nuestras zonas de confort. Hay que meterle menos “Excel” y más “PowerPoint” a nuestras vidas. Superando el miedo a lo nuevo. Haciéndonos más reflexivos y más proactivos, de forma que, aceptando nuevos retos, y ponderando sobre su bondad y oportunidad, seamos capaces de hacer lo que quizás pensamos que nunca haríamos.
Hace tiempo un púber me dijo: Pobrecitos de mis papás, están pasando por la época de mi adolescencia. Pero también podemos hablar de la época adolescente de los papás cuando están cerrados a escuchar, incapacitados para el diálogo, sintiéndose profundamente incomprendidos, decepcionadamente desobedecidos, asustadamente desvalorados y educativamente fracasados.
Claro que este cuadro se presenta cuando los padres perdieron su autoridad moral a base de regaños inmerecidos, al tiempo de levantar la voz en todo momento y para cualquier llamada de atención, sin saber jerarquizar la gravedad de las faltas cometidas. Mientras más gritan los padres, más autoridad pierden, pues sus hijos se acostumbran a esos tonos de voz. Además de que casi nunca les cumplen las amenazas de los castigos.