Y prometo amarte…

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez   

 

Todos los días nos vemos en la necesidad de pedir ayuda en asuntos de poca o mucha importancia, pero no siempre encontramos una respuesta favorable. Lo más común es escuchar respuestas negativas o dilatorias, en definitiva, no comprometedoras, y donde suelen aparecer varias explicaciones. Yo tengo la idea de que mientras más elaborados son esos razonamientos, menos ganas tienen de ayudarnos.
En los temas de análisis suele pasar algo semejante. Demasiados datos pueden servir como pantallas para no aceptar un argumento de razón. Por eso es válido afirmar en muchas ocasiones que “ante esos argumentos no hay argumentos”. Es decir, no hay argumento que valga mientras no se quiera aceptar la verdad.
En la misma línea podemos pasar a otro tema: El amor. Está claro que no se puede obligar a nadie a amar. Incluso aunque se haya hecho un compromiso formal y público como el de: “y prometo serte fiel y amarte y respetarte todos los días de mi vida”. No cabe duda que esta promesa es una de las más difíciles de cumplir. No hay nada más fácil que enamorarse, y nada tan difícil como permanecer enamorados.
Tremenda realidad la de aquellos que un mal día llegan con sus cónyuges para darles la noticia de que ya no los aman, como si el amor fuera una flecha que Cupido pasó a recoger porque se le acabaron las que tenía y necesita repuestos para formar nuevas parejas.
Claro está que no faltarán argumentos para justificar que ese amor haya muerto. Por ejemplo, los defectos de la pareja que dan por resultado la falta de compenetración entre los esposos. Resulta triste comprobar que estos problemas se presentan aún después de haber pasado muchos años como novios, y otros tantos, o más, como esposos.
Normalmente a todo matrimonio suele llegarle el momento del desencanto. Cuando a los esposos se les cae el velo de los ojos y descubren los defectos reales de su pareja. Ese día en que pueden ver lo que los demás les habían dicho sin poderlos convencer. Es decir, cuando descubren a su cónyuge real.
Es de suma importancia que cuando llegue ese momento estén suficientemente preparados -con un grado de madurez tal- que les permita no desesperanzarse, sino por el contrario, puedan aceptar con serenidad esas limitaciones sabiendo que en algunos casos no desaparecerán nunca.
Con frecuencia dicho desencanto puede interpretarse como una actitud de mala voluntad, pero dicho juicio es injusto, pues normalmente esos defectos no se ocultaron tramposamente.
Por otra parte, y esto es lo más importante de todo, hemos de fijarnos en que la promesa dice: “Y prometo serte fiel y amarte… todos los días de mi vida”. No dice “y prometo sentir amor”. Esta diferencia es abismal, pues muchos han roto un compromiso ¡indisoluble! al dejar de sentirse enamorados. ¡Gravísimo error! (Nota: Se me acabó el espacio de este artículo, pero no el tema…)