Soy hombre
Soy hombre con todas sus consecuencias. No sólo porque soy un ser humano, sino
porque mi sexo es masculino. ¡Qué a gusto me siento en poder afirmar con
absoluta claridad esta realidad! Pero ser hombre no basta, estoy obligado, en la
medida de mis posibilidades, a superar mi naturaleza para ser cada día mejor
hombre, en un desarrollo armónico e integral. Sin embargo, para conseguir esta
meta encuentro varios obstáculos a mi alrededor.
De muchos es sabido que
los regímenes totalitarios suelen usar torturas enfocadas a despersonalizar a
sus detractores. Estas técnicas se enfocan a romper en la conciencia de los
prisioneros todos los puntos de referencia a los que estamos acostumbrados, como
por ejemplo: el tiempo, la familia, el trabajo, los cargos…
Para lograr,
pues, que la persona recluida se encuentre absolutamente rota psicológicamente e
indefensa, se le mantiene desnuda e incomunicada con el exterior, e incluso con
sus mismos captores, durante el tiempo que haga falta, convenciéndola de que sus
familiares han muerto o que ya no se interesan por ella; dentro de una
habitación de espacio mínimo, sin muebles ni ventanas, encendiendo y apagando la
luz eléctrica en períodos dispares que pueden durar pocos minutos o varios días.
No se le llama por su nombre, ni por los grados, títulos u oficios que pudiera
tener; en definitiva, se le trata como un objeto de compraventa y nada más.
Vivimos en un mundo de dramáticos cambios y resulta interesante leer lo que
al respecto dice Tomás Melendo en un acertado diagnóstico con sólo cuatro
puntos. En su libro La pasión por lo real, clave del crecimiento humano, podemos
leer. “Puede afirmarse que los rasgos que caracterizan nuestra cultura son: El
menosprecio de lo real. La crisis de la verdad. La desorientación ante el bien.
Y la ceguera ante lo bello”.
Estos cuatro aspectos han sido los puntos
de referencia que permitían a las civilizaciones pasadas caminar con rumbo en la
búsqueda de la integración del hombre y de su felicidad; pero ahora estamos
encerrados en una cultura subjetivista que nos mantiene indefensos y cada día
más frágiles.
Sin darnos cuenta poco a poco hemos ido tejiendo una red a
nuestro alrededor que nos ha ido atrapando en la inseguridad de lo que hasta
hace un siglo nadie ponía en duda. Ahora no importa la verdad sino la opinión de
cada uno.
Considero que la sobrevaloración de la libertad como meta
absoluta del ser humano está consiguiendo una caída en lo vano. Un ejemplo
gráfico de ello está en la estatua a la libertad de Nueva York, pues a pesar de
su grandeza y hermosura, por dentro sigue estando vacía.
Queremos ser
libres de todo lo que pudiera condicionarnos, pero al mismo tiempo, tenemos un
pavoroso miedo a la libertad, pues así todas nuestras decisiones nos comprometen
al sabernos responsables de las decisiones que debemos tomar.
Por fin,
ni nosotros mismos podemos entendernos. ¿Cuándo le haremos una estatua a esa
responsabilidad que demanda la verdadera libertad?