Soy hombre

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez   

 

Soy hombre con todas sus consecuencias. No sólo porque soy un ser humano, sino porque mi sexo es masculino. ¡Qué a gusto me siento en poder afirmar con absoluta claridad esta realidad! Pero ser hombre no basta, estoy obligado, en la medida de mis posibilidades, a superar mi naturaleza para ser cada día mejor hombre, en un desarrollo armónico e integral. Sin embargo, para conseguir esta meta encuentro varios obstáculos a mi alrededor.

De muchos es sabido que los regímenes totalitarios suelen usar torturas enfocadas a despersonalizar a sus detractores. Estas técnicas se enfocan a romper en la conciencia de los prisioneros todos los puntos de referencia a los que estamos acostumbrados, como por ejemplo: el tiempo, la familia, el trabajo, los cargos…

Para lograr, pues, que la persona recluida se encuentre absolutamente rota psicológicamente e indefensa, se le mantiene desnuda e incomunicada con el exterior, e incluso con sus mismos captores, durante el tiempo que haga falta, convenciéndola de que sus familiares han muerto o que ya no se interesan por ella; dentro de una habitación de espacio mínimo, sin muebles ni ventanas, encendiendo y apagando la luz eléctrica en períodos dispares que pueden durar pocos minutos o varios días. No se le llama por su nombre, ni por los grados, títulos u oficios que pudiera tener; en definitiva, se le trata como un objeto de compraventa y nada más.

Vivimos en un mundo de dramáticos cambios y resulta interesante leer lo que al respecto dice Tomás Melendo en un acertado diagnóstico con sólo cuatro puntos. En su libro La pasión por lo real, clave del crecimiento humano, podemos leer. “Puede afirmarse que los rasgos que caracterizan nuestra cultura son: El menosprecio de lo real. La crisis de la verdad. La desorientación ante el bien. Y la ceguera ante lo bello”.

Estos cuatro aspectos han sido los puntos de referencia que permitían a las civilizaciones pasadas caminar con rumbo en la búsqueda de la integración del hombre y de su felicidad; pero ahora estamos encerrados en una cultura subjetivista que nos mantiene indefensos y cada día más frágiles.

Sin darnos cuenta poco a poco hemos ido tejiendo una red a nuestro alrededor que nos ha ido atrapando en la inseguridad de lo que hasta hace un siglo nadie ponía en duda. Ahora no importa la verdad sino la opinión de cada uno.

Considero que la sobrevaloración de la libertad como meta absoluta del ser humano está consiguiendo una caída en lo vano. Un ejemplo gráfico de ello está en la estatua a la libertad de Nueva York, pues a pesar de su grandeza y hermosura, por dentro sigue estando vacía.

Queremos ser libres de todo lo que pudiera condicionarnos, pero al mismo tiempo, tenemos un pavoroso miedo a la libertad, pues así todas nuestras decisiones nos comprometen al sabernos responsables de las decisiones que debemos tomar.

Por fin, ni nosotros mismos podemos entendernos. ¿Cuándo le haremos una estatua a esa responsabilidad que demanda la verdadera libertad?