Los sacerdotes: hombres extraños

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez   

 

¿Coca o Pexi? ¿Futbol o baseball? ¿En avión o en autobús? ¿Con azúcar o sin azúcar? ¿HP, Apple o DELL? En nuestros días hay tanto para escoger que parece que todo -ABSOLUTAMENTE TODO- es optativo, relativo y desechable… en definitiva, opinable. Nada es absoluto. Lo que caracteriza a nuestra maravillosa época es que TODO SE VALE. ¿Todo se vale?... ¿Todo será lícito? Lo invito a pensar: ¿Realmente usted piensa que TODO se vale?

¿Y qué tiene que ver lo anterior con el título de este artículo? ¿Qué tienen que ver los sacerdotes a nivel de cancha? Para muchos, el sacerdote es un funcionario del Vaticano que se aprovecha de los pocos ingenuos que todavía van a Misa y se confiesan, para imponerles su ideología y enriquecerse con sus limosnas. Es decir, los sacerdotes son unos extraños que pretenden convertirse en los árbitros del partido diciendo que no todo se vale.

En un documento emanado de la Congregación para el Clero, se afirma que el fenómeno de la secularización es uno de los efectos más relevantes del alejamiento de la práctica religiosa, con un rechazo tanto del depósito de la fe católica, como de la autoridad y del papel de los ministros sagrados.

Indudablemente que la falta de autenticidad y los graves daños que algunos malos sacerdotes cometen -y que son amplificados por los medios de comunicación- han derivado en una comprensible reducción de vocaciones.

Aquí vale un planteamiento básico: En definitiva: ¿Qué es un sacerdote? ¿Qué es lo que lo distingue de los ministros de otras religiones? Soy consciente de que esta idea parecerá presuntuosa a algunos, pero me atengo a la doctrina católica más pura. Por deseo divino, e independientemente de sus capacidades y sus talentos, sus límites y sus miserias, sigue y seguirá siendo ministro de la redención, puesto que su ser es fuente de vida nueva, convertido por la fuerza del sacramento del Orden Sacerdotal en otro Cristo. Único ser que puede, entre otras cosas, convertir pan y vino en el cuerpo y la sangre de Cristo.

Estas ideas pueden dar confianza a cuantos, en un mundo ampliamente secularizado y sordo respecto de la fe, podrían caer fácilmente en el desaliento, y a partir de ahí, en la mediocridad pastoral, en la tibieza y, por último, en poner en tela de juicio la misión que en un principio habían acogido con sincero entusiasmo.

El documento citado quiere ayudar a purificar ideas equívocas sobre la identidad y la función del ministro de Dios en la Iglesia y en el mundo, ayudándolos a sentirse orgullosamente miembros especiales de ese maravilloso plan de amor de Dios que es la salvación del género humano.

El ministerio sacerdotal es una empresa fascinante pero ardua, siempre expuesta a la incomprensión y a la marginación, y, sobre todo a la fatiga, la desconfianza, el aislamiento y a veces a la soledad. Esta visión debería obligar a los presbíteros a privilegiar su trato individual con Dios a través de la oración y la recepción personal de los sacramentos.