La conciencia de Caro Quintero
A diario escuchamos cómo se defienden todo tipo de posturas argumentando que
“eso” (el tema que sea, da igual) depende de la conciencia de cada quien. No
cabe duda que el argumento suena convincente, pues si algo debemos respetar es
la conciencia de cada persona. Estamos, pues, metido en un tema de vital
importancia. La libertad humana, y más concretamente la libertad de las
conciencias. Al igual que Moisés ante la zarza ardiente hemos de descalzarnos,
pues estamos pisando tierra santa.
Me pregunto: ¿Cómo será el alma de
una persona como Caro Quintero? No me toca a mí, afortunadamente, juzgar la
conciencia de este individuo. No soy Dios. Tampoco he de juzgar sus obras. Ni
tengo jurisdicción, ni datos, ni tampoco interés. La pregunta es muy general, va
orientada al proceso de pensamiento que siguen quienes viven infringiendo las
leyes humanas y divinas. Es decir. ¿Realmente esas personas estarán convencidas
de que sus actos no son malos?
Me cuesta trabajo entender que se pueda
llegar a determinados niveles de razonamientos en los que la conciencia esté
incapacitada para reclamar conductas que la mayoría aceptamos como gravemente
delincuenciales. Si queremos usar otros términos podríamos decir: criminales o
pecados graves.
Sin embargo, en otro nivel de asuntos, todos solemos
caer en la trampa de justificar nuestras faltas dándoles un baño de oro de 24
quilates con razonadas sinrazones para no sentirnos mal, y defendernos del
juicio, “siempre erróneo”, que los demás hacen sobre nosotros.
“La
conciencia moral es un juicio de la razón por el cual la persona humana reconoce
la cualidad moral de un acto concreto que piensa hacer, está haciendo o ha
hecho”, aprobando las acciones concretas que son buenas o denunciando las que
son malas”. (CIC, 1777 y 1778). Es una “voz” que advierte sobre la adecuación de
nuestras decisiones en su relación con la ley moral.
Es decir, esta
capacidad nos permite relacionar nuestras decisiones con la norma moral. El
papel que debe desempeñar no es el de inventar lo bueno o lo malo, sino juzgar
si lo que se pretende hacer busca lo bueno y rechaza lo malo. De igual manera
que en las leyes y reglamentos civiles. Por lo mismo, no debería existir una
oposición objetiva entre lo que se quiere y lo que se debe hacer.
Otro
punto importante dentro de este tema es la distinción entre conciencia formada y
conciencia ignorante, pero también se ha de tener en cuenta que la conciencia
puede ser culpablemente ignorante cuando por comodidad, u otra razón malsana, se
prefiere no salir de la duda en temas que nos resultan incómodos.
Si a
pesar de poner los medios razonables para resolver las dudas sobre la moralidad
de actos concretos no lo conseguimos, entonces nuestros posibles errores no
serán culpables.
Esto no permite ver la necesidad de conocer a fondo la
ley moral objetiva que nos permitirá actuar como verdaderos seres racionales,
evitando al máximo errores que, tarde o temprano, traerán sus consecuencias.