La historia de mi vida
Supongo que todos habremos escrito en algún momento de nuestra adolescencia la
bella historia de lo que queríamos que fuera nuestra vida, pero… ¡Oh, gran
decepción! Las cosas no han salido como nosotros las habíamos pensado. Aquí no
me refiero propiamente a escribir un libro, sino a crear en la imaginación un
relato con aquellos personajes que tendrían como misión hacernos felices.
Seguramente nos cuesta entender que esos planes hayan tomado otro rumbo cuando
nosotros lo único que esperábamos era una vida sencilla, con un trabajo que nos
diera cierto estatus para vivir con las comodidades normales y algunos pequeños
gustos, como viajes por Europa o Asia, aunque no fueran escandalosamente
lujosos.
En cuanto al ambiente laboral muchos querrían un jefe comprensivo
que supiera valorar el esfuerzo de sus colaboradores reconociendo ante los demás
sus aportaciones y que estuviera dispuesto a cedernos su puesto cuando llegara
el momento de superarnos profesionalmente esperando nuestra jubilación (a los
cincuenta o cincuenta y cinco años). Unos compañeros no celosos con quienes
poder participar en los trabajos de equipo.
En lo referente a los parientes
políticos quisiéramos… que no fueran políticos; de buenas costumbres y buena
fama. No entrometidos, pero sí dispuestos a echar la mano en asuntos económicos
o el cuidado de los suegros cuando por sus edades necesitaran de quien se
ocupara de atenderlos.
Al pensar en el cónyuge lo único que queríamos era
una persona normal con buen humor, paciente, comprensiva, trabajadora, ordenada,
alegre, prudente, inteligente y puntual. Dispuesta a escuchar con atención todo
aquello que nos gustaría compartir en un ambiente de respeto, cariño y servicio.
Guapa o guapo; deportista, que no roncara por las noches. Preocupado(a) por su
aspecto personal, pero alejado(a) de vanidades. No protagonista. Dispuesta a
tenernos la paciencia necesaria en aquellas “cadaunadas” que todos tenemos y que
no deberían criticarnos como si fueran defectos. Siempre dispuestas a darnos ese
abrazo lleno de ternura que todos necesitamos y seguramente nosotros sabríamos
habernos ganado.
Unos hijos que, siendo normales, supieran aceptar y valorar
la autoridad de sus padres. Un grupo de amigos leales con quienes poder convivir
sin traiciones ni críticas. Una buena casita en un fraccionamiento tranquilo con
vecinos educados y participativos, pero no metiches.
Para poder vivir así
también nos habría gustado un ambiente social donde no fuera necesario competir
para ser reconocidos y estimados. Donde la gente valiera por lo que es y no por
lo que tiene. En un país con seguridad social, autoridades honestas preocupadas
por el bien común, muy trabajadoras y transparentes.
Total… Si tampoco
estábamos pidiendo demasiado. Sólo lo justo para poder vivir como todo ser
humano merece, ya que todos tenemos derecho a ser felices. Sí, realmente resulta
difícil entender por qué la vida nos ha negado esas pequeñeces.
Aunque por
otra parte, quizás nos convenga pensar que la felicidad auténtica está en que
nosotros podamos hacer felices a los seres que amamos.