Esas mujeres

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez   

 

Hace pocos años llevaron a la televisión aquella famosa obra llamada “Mujercitas”, lo cual me motivó a escribir sobre un tema siempre actual, pero no siempre bien tratado, o mejor dicho: bien tratadas. Me refiero a esas féminas a las que podríamos llamar: “Mujersotas”. Es decir, de tantas que ostentan con gallardía el honor de ser auténticas mujeres.

Si las mujeres no son tratadas con el respeto y la delicadeza que les corresponde como hijas, esposas, hermanas y madres se puede deber a que muchos hombres son unos patanes, o a que algunas se han perdido el respeto a ellas mismas.

Somos injustos, cada vez que nos olvidamos de un incontable número de mujeres quienes cada día se dejan la piel por sacar adelante a sus familias. Esto es tan válido para aquellas que tienen que trabajar fuera del hogar, como para las que ayudan desde sus trincheras a sus esposos; en una verdadera faena de intendencia, tan valiosa en la casa, como lo es para los soldados, que se encuentran en el frente de batalla, la que realizan en su favor quienes los surten de alimentos, medicinas, y la correspondencia que les transmite el amor de sus seres queridos.

¿Será posible calcular el bien que esas lindas mujeres han hecho a la humanidad en su larga historia? Como dice el Espíritu Santo (y dice bien) en el libro de los Proverbios: “¿Quién hallará una mujer digna? Su precio es mayor que el de las perlas. En ella pone su confianza el corazón del marido y éste no carecerá de ganancia... La fortaleza y la dignidad son sus atavíos, y mira sonriente al futuro. Abre su boca con sabiduría y la ley de clemencia gobierna su lengua”.

Uno de los problemas más complicados dentro de mi labor sacerdotal, tiene relación con este tema, pues es frecuente encontrarme con problemas matrimoniales en los que descubro una clara superioridad de algunas mujeres en comparación con sus esposos. Esto, no debería en sí, presentar ninguna problemática, mientras nos encontremos con hombres que tengan la suficiente madurez para admitirlo. Sin embargo, las dificultades se presentan cuando el marido, por algún disimulado complejo de inferioridad, se amacha en una denigrante postura agresiva.

Qué difícil debe ser la situación de un hombre poco maduro al descubrir, a través de la convivencia diaria, que su mujer es más virtuosa (inteligente, prudente, ordenada, sociable, culta, limpia...) que él; y cuántos problemas se evitarían con el simple hecho de reconocerlo, aceptarlo, e incluso, agradecerle a Dios ese regalo. Si yo fuera general, y estuviera en guerra, pienso que procuraría descubrir a mis mejores oficiales, oyendo sus razones antes de mandar estúpidamente a mis hombres a morir en batallas mal planeadas, simplemente por dejar bien marcada mi autoridad. Si al fin y al cabo gano la guerra, mi autoridad no se verá disminuida por haberme apoyado en quienes están bajo mis órdenes.

También es cierto que por querer del mismo Dios, el hombre es la cabeza de la familia, y que toda mujer, medianamente prudente, nunca deberá perder de vista esto. No entiendo el porqué algunas parejas se empeñan en hacer restas de las cualidades de un cónyuge a las del otro, si el matrimonio es para sumarlas.
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