Soy libre porque digo “no”

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez   

 

El fundamento clave para la vida madura es, sin duda, el concepto que se tenga de la libertad, que va de la mano con una determinada concepción del hombre, sus facultades y sus leyes.
Se podría pensar que todos sabemos qué es la libertad, sin embargo, cuando tratamos de definirla comprobamos que escapa siempre a nuestros conceptos, que nunca vemos más que sus huellas y consecuencias. La libertad se sitúa más allá de nuestras ideas y de nuestros actos como una facultad sorprendente de innovación y de cambio, pero también de destrucción y de contradicción.
A lo largo de la historia, se han desarrollado concepciones muy diversas sobre la libertad, pero la que ha predominado en los últimos tres siglos es la libertad de indiferencia.
Santo Tomás había explicado la libertad como una capacidad que procede de la razón y de la voluntad, las cuales se unen para componer el acto de la elección, que resulta formado por un juicio práctico y una decisión en relación con la verdad y el bien.
Pero para Ockham –postulador de la libertad de indiferencia- el acto libre es anterior a la razón y a la voluntad, y es lo que las mueve, pues puede elegir libremente conocer o no, querer o no. De esta forma, el libre arbitrio vendría a ser la facultad primera, anterior a la inteligencia y a la voluntad por lo que respecta a sus actos.
Hay quien prefiere elegir entre conservar su vida o matarse sin que esto sea moralmente reprobable. Tal concepción lleva al rompimiento de la armonía entre el hombre y la naturaleza, y así, por ejemplo, no habría relación entre naturaleza y libertad.
Esta idea de libertad está absolutamente desprendida de las leyes naturales y morales como si una pelota estuviera desconectada de las leyes físicas, de tal forma que al batearla hacia el Sur, a una determinada velocidad, ésta se dirigiera hacia el Norte o hacia el Este, a la mitad de esa velocidad o al doble, da lo mismo, sin que tuviera que respetar los efectos del golpe que recibió.
Esta corriente de pensamiento y de actuación, se conoce como “nueva moral”. Para muchos jóvenes de nuestros días, es decir, para la llamada “generación milenium” lo único importante suele ser el poder disfrutar aquí, y en este momento, lo que se me antoja, sin importar las consecuencias que tendrá en el futuro y sin que tenga que ser coherente con lo que he hecho o dicho en el pasado, y mucho menos, sin que otros me tengan que decir qué es lo que debo hacer. Cada quien su vida, y ya.
Dicho poder se manifiesta claramente en la negación sistemática, el rechazo, la crítica. En pocas palabras: estar en contra de todo lo que se está a favor y estar a favor de todo lo que se está en contra. Según ellos, lo que realmente libera al hombre es protestar. En el fondo es hacer lo que se nos antoje.
Concluyo: Si al poner en un vaso, agua, un poco de jugo de limón y algo de azúcar me diera jugo de zanahoria, o ácido muriático, me sentiría indefenso ante una naturaleza sin reglas de comportamiento, lo cual considero muy peligroso. Algunos, sin embargo piensan que eso sería insuperable, pues ese vaso sería libre de hacer lo que se le antojara.