Cómo educar a los hijos

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez   

 

Me contaba una sobrina que hace tiempo, cuando dos de sus hijas eran muy pequeñas, las encontró jugando a la mamá y a la hija. La “mamá” iba conduciendo su coche mientras hablaba por el celular, y de repente, le oyó decir por el teléfono imaginario: “Luego te llamo porque acabo de ver un policía“.
Como es lógico, mi sobrina cayó en la cuenta de que sus hijos son unas auténticas esponjas que absorben todo lo que les rodea.
Tener hijos no es un adorno, o el remedio para satisfacer las ansias de maternidad, paternidad y cariño, o de aceptación social, sino una responsabilidad enorme… y ¡tremenda!. Pero vemos que los matrimonios que se han preparado para ser buenos padres-educadores se pueden contar con los dedos de una oreja.
Qué curioso que el asunto más importante entre todas las actividades humanas –que es precisamente la educación de nuevos seres humanos– dependa de la improvisación. Por eso tiene razón quien dijo que: dado que la familia es la base de nuestra sociedad, debemos admitir que la sociedad no es la única culpable de cómo están las cosas.
Si la gente fuera coherente al afirmar que, en su jerarquía de valores lo primero es su familia, dedicaría mucho más tiempo a convivir con los suyos, y para aprender a educar a sus hijos.
Sin embargo, toda esta labor ha de tener como fundamento el entendimiento entre los esposos, lo cual requiere de mucho diálogo… diálogo humilde. Ahora bien, la experiencia nos demuestra que es difícil el diálogo cuando las personas no se sienten comprendidas y valoradas. Cuánta razón tenía aquel consejo: El mejor regalo que le puedes dar a tus hijos es amar a tu esposa.
El matrimonio ideal no existe, pues todos están compuestos de seres defectuosos. El “Presente Perfecto” sólo lo encontramos en la Gramática; pero como dicen los rancheros: “Con estos bueyes hay que arar”. Si ya están casados, y ya tiene hijos, su obligación es formarlos con amor y exigencia, para que a su vez puedan llegar a ser buenos esposos y madres o padres.
No es indispensable estar al pendiente de las últimas aportaciones de los psicólogos modernos para poder educar a los hijos. En este asunto, como en muchos otros de nuestra vida diaria, es válida aquella postura de “se admiten ideas usadas”.
No son las fórmulas innovadoras las que darán necesariamente buenos resultados, sino el ejercicio de virtudes como el respeto, la paciencia, la comprensión, la fortaleza, el orden, el cariño, la perseverancia, y otras más, que fraguarán la autoridad moral de los padres, de tal forma, que para conseguir una actitud receptiva y dócil en los hijos no se les tenga que gritar. Por lo menos, no siempre. Sólo cuando la prudencia, y no el enojo, así lo aconseje.
Otro defecto frecuente, y sumamente dañino, es la ironía. Recordemos que el producto químico más peligroso es el Cloruro Sádico. Para corregir no es necesario humillar. Se consigue más con una cucharada de miel que con un barril de vinagre.