Perdone: ¿Me podría decir quién soy yo?

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez

 

 

Cada día son más las personas quienes se sienten ofendidas al sentir que los demás les imponen lo que han de hacer, como quien le dicta a otro lo que ha de escribir, y ellos quieren escribir por libre. El problema es que no saben escribir y, peor aún, ni siquiera saben qué escribir y, después, con el paso del tiempo, al leer lo que han escrito, sólo encuentran páginas llenas de tachones y frases incoherentes que no se entienden. Es cuando aparece la sensación de fracaso. Yo no debí haberme casado con esta persona… Yo debería haber estudiado otra carrera… El abandono en que vivo se debe a mi actitud egoísta, pero ahora ya es tarde… Es más: ni siquiera tengo claro qué es lo que quiero en esta vida.

José Ramón Ayllón dice que “los hombres son arqueros que buscan el blanco de sus vidas: apuntan libremente y con frecuencia fallan, pues la libertad que permite escoger no dice cuál es la mejor elección” y cuánta razón tiene al afirmar esto, pues la libertad no es la inteligencia y sólo ésta puede descubrir la verdad para presentársela a la voluntad libre de forma que, partiendo de los datos aportados por la razón la libertad pueda, entonces, trabajar sobre la elección. 

Más adelante, dibujando con trazos fuertes la capacidad de acertar y de errar que tiene el ser humano, afirma: “De hecho, hemos inventado la música de cámara y la cámara de gas. Por eso la libertad necesita un minucioso ejercicio intelectual de puntería y ésa es la tarea de la ética. Si la libertad implica el riesgo de escoger tanto una conducta digna como otra indigna y patológica, la ética ayuda a tomar la decisión sobre la conducta digna, el esfuerzo por obrar el bien y también la ciencia y el arte de conseguirlo”.

Hay un error muy peligroso en nuestro tiempo, que consiste en identificar lo frecuente con normal. El segundo paso consiste en afirmar que lo normal es lícito legalmente y por lo tanto, es moralmente bueno. De manera sintética, algunos afirman que lo frecuente debe ser legalmente aceptado y, por lo mismo, hablando moralmente, eso mismo lo convertiría en bueno. 

Federico Guillermo Nietzsche escribió: “Yo considero al cristianismo como la peor mentira de seducción que ha habido en la historia. Dios es una obsesión contra la vida y la fórmula para toda detracción de este mundo para toda mentira del más allá… El cristianismo es la religión de la compasión, pero cuando se tiene compasión se pierde fuerza. La compasión favorece a los débiles y entorpece la selección natural, por eso nada más perjudicial en nuestra malsana humanidad que la compasión cristiana”. Pues bien, este hombre estuvo fuertemente influenciado por el voluntarismo pesimista de Arthur Schopenhauer.

Nietzsche afirmó: “Mi nombre algún día estará ligado al recuerdo de una crisis como jamás hubo en la Tierra, al más hondo conflicto de conciencia, una voluntad que se proclama contraria a todo lo que hasta ahora se ha creído, pedido y consagrado. No soy un hombre, soy una carga de dinamita”, y su predicción se cumplió al influir en el pensamiento, cargado además de un grave antisemitismo y en la ideología de Adolfo Hitler, y por lo mismo en la Segunda Guerra Mundial. Curiosamente existe un programa de televisión llamado “El rival más débil”, en el que se refleja una actitud de corte nietzscheniano. 

También resulta llamativo encontrar en la programación con mayor “raiting” el famoso “Big Brother”, donde de alguna manera se representa una temática fundamentada en la obra “1984” de George Orwell, en la que “EL Gran Hermano” vigila todos los movimientos de los ciudadanos como sistema de control en un régimen totalitario. 

Considero que es oportuno hacer un parón en nuestras vidas para tratar de descubrir que nuestra forma de pensar y de vivir, no es tan autónoma y singular como solemos suponer. Poco a poco, y a través de cauces diversos, somos influenciados, a veces para bien y a veces para mal. Quizás gracias a un análisis de esos influjos podamos corregir parte de nuestros errores tratando de vivir con un objetivo claro que nos permita ser mejores y más útiles individuos, pues de ello dependerá nuestra verdadera felicidad.