La esposa del sastre

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez   

 

Como dato curioso les contaré que un sastre me dijo que cuando se está aprendiendo el oficio, hace falta hacer 50 veces un tipo prenda hasta que queden bien. Este comentario me ayudó a entender por qué les resulta tan difícil a algunos sastres hacer sotanas. Entiéndase que pocos mortales usamos este tipo de atuendo, y que entre los sacerdotes muchos prefieren comprar sotanas ya hechas en tiendas especializadas. A mí siempre me ha gustado tener una más presentable, pues pienso que la elegancia no es pecado y aunque el hábito no hace al monje, una buena sotana viene bien en determinadas ocasiones.
Pues bien, hace muchos años encontré a un sastre en la Ciudad de México que era especialista en este género. Así pues, como todo buen artesano del vestir, primero tomaba las medidas, y días después uno pasaba a hacerse la primera, y si era necesario, la segunda prueba, antes de que la entregara bien terminada.
Sin embargo, aquel buen hombre tenía un serio problema. Como su taller estaba ubicado en su casa, no era raro que su esposa estuviera presente durante las famosas pruebas, y cuando uno se ponía la sotana frente al espejo y le decía al costurero cosas como: Mire: aquí se hace una arruga, o este hombro quedó más abajo que el otro, o indicaciones por el estilo, la señora, sin que se le pidiera su opinión, intervenía diciendo: No. Así está muy bien, no necesita arreglarla.
El señor Campos, que así se le conocía, era prudente y hacía los cambios necesarios sin discutir con su esposa. Yo salía siempre compadeciéndolo. Aquella mujer. En ese asunto concreto, era un auténtico “de-sastre”.
Me resulta difícil entender que haya personas quienes, creyendo que lo saben todo, se sientan en la obligación de entrometerse en los asuntos de los demás para “arreglar” lo que, según ellos, está mal. A esas personas se les podría preguntar: ¿Sabes en que se diferencian una pizza y tu opinión?... En que la pizza sí la pedí.
En algún lugar promovieron una propganda titulada: “Piense primero en los demás”. Quizás nos conviniera hacer lo mismo, pero comenzado por convencer a la gente de que haga lo primero. Luego siempre estaremos a tiempo para ocuparnos de los demás.
Pensar antes de hablar, pensar antes de escribir, pensar antes de hacer, pensar antes de cambiar de carril, pensar antes de comprar, pensar antes de usar la tarjeta de crédito, pensar antes de ponerse de novios, pensar antes de casarse, pensar antes de regañar a los hijos, pensar antes de gritarle al esposo(a), pensar antes de criticar, pensar antes de suponer… ¿Será demasiado pedir?
Claro que al pensar también nos podemos equivocar, pero seguramente estaremos reduciendo el riesgo de cometer errores, sobre todo, si ese ejercicio racional va acompañado de pedir la opinión de personas prudentes.
Con frecuencia, pensar exigirá dedicar un tiempo y un lugar para hacerlo, pero vale la pena buscarlos.
Piénselo.