Hambre de cariño
Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez
Entré con overol de bombero a un establecimiento y la
persona que atiende, y me conoce, me preguntó: ¿De qué viene disfrazado? Mi
respuesta la desconcertó. No estoy disfrazado; soy bombero voluntario. Como esta
persona siempre me había visto vestido como sacerdote, le expliqué: A veces voy
con los bomberos para descansar un poco del confesionario. Ella se quedó
meditabunda y me dijo: Debe ser muy pesado confesar. Como era mi turno en ese
juego de preguntas y respuestas, le dije: No siempre. A veces es muy
reconfortante confesar…, a niños, y a personas que tienen almas encantadoras.
Como la pelota estaba ahora del otro lado de la cancha, comentó: El tema de la
espiritualidad debe ser otro mundo. Esto último lo dijo con tono amable, como
quien descubre algo maravilloso. Aquí sólo me quedaba asentir. Sí, sí que lo es.
Pues dentro de ese mundo… -que es el mundo real, el mundo interior de cada
ser humano- los sacerdotes solemos encontrar muchas almas hambrientas de cariño.
¡Hay tanta soledad acompañada! Hay tanta tristeza deambulando por los pasillos
de este maravilloso planeta… de quienes habían estado ilusionados… ilusionadas…,
con ser felices al formar una familia y… y… Hay tanto vacío de amor, de
atención, de comprensión, de tiempo donde hay ruido, pero no palabras. Donde
faltan las palabras de interés, de aceptación, de consuelo, de admiración, de
agradecimiento, de ternura… No. Esas palabras se fueron muy lejos, hace mucho
tiempo… mucho tiempo… ya sólo quedaron ganas de llorar… de mendigar una caricia,
un abrazo… pero no de cumpleaños. No, un abrazo de verdad… de esos que no
quisieran que terminaran nunca. Pobres almas… Pobres almas solas.
Este
mundo interior de luces y sombras donde se encuentra al verdadero yo, con sus
miserias y heroísmos. Ahí vive nuestro egoísmo, y nuestra entrega a los demás,
donde viven la paz y el desasosiego en periodos irregulares; nuestros verdaderos
motivos e intenciones por los que hacemos o dejamos de hacer; nuestro amor y
resentimientos.
Pero no perdamos de vista que cuando hay problemas en un
matrimonio las dos partes suelen tener culpa, claro está que una más que la
otra. Aquí lo más importante no son los porcentajes de culpabilidad, sino la
prudencia, la humildad y la paciencia para poder salvar lo salvable. Los
reclamos amargos pocas veces ayudan; por lo general entorpecen esas relaciones.
¿Cómo es que se puede pasar del amor lindo a la indiferencia, y más tarde al
odio? El amor no es una flecha de Cupido. Es algo que se fabrica y se debe
mantener como se alimenta el fuego en una chimenea, pues si se le descuida se
apaga. Y es aquí donde nacen los reclamos y las decepciones.
Qué
importante es entonces contar con un acompañamiento sereno y exigente de quien,
con autoridad moral, pueda dar consejos claros, llamando a las cosas por su
nombre. No para darnos siempre la razón, sino para poder reconocer nuestros
errores y animarnos a hacer lo que debemos.