Año de la Misericordia
Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez
La noticia de hoy es la apertura del Año de la Misericordia. No
está por demás recordar que esta palabra viene del mismo
témino “misericordia” en latín, compuesta de “miser”: miserable,
en sentido pasivo, (el que padece de alguna miseria, o sea
desdichado) y “cor", “cordis", (corazón). Es decir la virtud que
nos lleva a sentir como propia la desdicha de los demás.
Nietzsche, quien afirmaba que “Dios ha muerto”, sostiene que la
misericordia es una manifestación de debilidad; lejos de ser una
actitud positiva es un grave error que denigra al ser humano.
Muy por el contrario, hemos de entender que la misericordia es
una virtud que nos asemeja a Dios quien, haciéndose semejante
a nosotros en todo, memos en el pecado, quiso realizar un plan
de salvación para que recuperáramos la posibilidad de ir a la
Gloria del Cielo. Esto queda muy claro cuando leemos que Jesús
vino a salvar a los pecadores.
Al convocar a este jubileo, el Papa Francisco afirma que
misericordia “es la palabra que revela el misterio de la Santísima
Trinidad, es el acto último y supremo con el cual Dios viene a
nuestro encuentro, es la ley fundamental que habita en el
corazón de cada persona, cuando mira con ojos sinceros al
hermano que encuentra en el camino de la vida. Misericordia: es
la vía que une Dios con el hombre, porque abre el corazón a la
esperanza de ser amados para siempre, no obstante el tamaño
de nuestros pecados”.
Juan Pablo II, en la encíclica Dives in misericórdia escribió: “Lo
están sugiriendo múltiples experiencias de la Iglesia y del hombre
contemporáneo; lo exigen también las invocaciones de tantos
corazones humanos, con sus sufrimientos y esperanzas, sus
angustias y su expectación”. Estas palabras no sólo conservan
plena actualidad, sino que se vuelven más apremiantes cada día:
Siempre necesitamos de la clemencia divina, pero en nuestros
tiempos cabe afirmar que esta necesidad reviste mayor urgencia.
El Papa Francisco nos anima diciendo que: “Uno sabe bien que su
vida dará frutos, pero sin pretender saber cómo, ni dónde, ni
cuándo. Tiene la seguridad de que no se pierde ninguno de sus
trabajos realizados con amor, no se pierde ninguna de sus
preocupaciones sinceras por los demás, no se pierde ningún acto
de amor a Dios, no se pierde ningún cansancio generoso, no se
pierde ninguna dolorosa paciencia”.
“Ante la visión de una justicia como mera observancia de la ley
que juzga, dividiendo a las personas en justos y pecadores, Jesús
se inclina a mostrar el gran don de la misericordia que busca a los
pecadores para ofrecerles el perdón y la salvación. Se comprende
por qué, en presencia de una perspectiva tan liberadora y fuente
de renovación, Jesús fue rechazado por los fariseos y por los
doctores de la ley”.
La misericordia divina es, pues, la base de la esperanza del
hombre, ya que a pesar de nuestras faltas, confiamos en el amor
de Dios que se empeña en hacernos eternamente felices con Él,
pero a la vez nos exige que vivamos según el ejemplo que nos
dejó.
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