Pobres pobres
Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez
Resulta común que los niños pequeños sientan lástima por la
gente pobre cuando se dan cuenta de sus carencias, y
manifiesten su ilusión de poder ayudarlos cuando sean grandes;
ya sea fundando orfanatos, o estudiando medicina para poder
curar sus enfermedades y más cosas por el estilo. Ojalá fueran
muchos los adultos que conserven aquellos propósitos de cuando
eran pequeños.
Sin embargo, la vida suele llevarnos por derroteros distintos a los
que habíamos soñado, y cuando crecemos nuestras sanas
ilusiones y propósitos se esfuman como el humo en las corrientes
de aire.
Por otra parte, el afán por las cosas y los placeres de la tierra
pueden hacer que no consideremos los otros tipos de pobrezas
que deambulan por el mundo en que vivimos.
La pobreza puede ser económica cuando no se tiene el dinero
necesario para comer y vivir dignamente, o se han adquirido
deudas que ponen el peligro grave el patrimonio personal y
familiar.
La pobreza será cultural en aquellas personas que carecen de
estudios y de formadores que les permitan tener una visión
amplia del mundo, de su historia y de sus manifestaciones
artísticas. Aquí, además, cabe el peligro de suponer que el acceso
a Internet y a las diversas redes sociales nos libran de esa
miseria, y no necesariamente es así. De hecho, hay demasiada
gente que invierten muchas horas al día usando diversos medios
electrónicos y, sin embargo, son muy ignorantes.
Hay otra pobreza: la moral, propia de los egoístas.
La pobreza puede ser social cuando las personas experimentan la
soledad o aislamiento personal, y se puede dar en todos los
ambientes como la familia, el trabajo y la escuela. Ésta es muy
peligrosa; es uno de los factores que más influyen en la aparición
de enfermedades mentales, en especial las de tipo depresivo. No
es raro que los miembros de una familia no se den cuenta del
vacío que les puedan estar creando a sus padres, cónyuges,
hijos, hermanos y abuelos y, que después de mucho tiempo,
cuando se desencadenan episodios dramáticos, caigan en la
cuenta de que en parte, ellos fueron culpables de aquello.
La pobreza espiritual es otra que suele ir de la mano con la
pérdida del sentido de lo sagrado. Esta carencia es común incluso
en personas que dicen profesar una religión, pero que en verdad
la desconocen; es decir, hay creyentes que no tienen una buena
formación doctrinal aunque hayan recibido algunos sacramentos o
estudiado en escuelas confesionales, y que carecen de una buena
atención pastoral, lo cual produce un deterioro espiritual severo.
La pérdida del sentido de lo sagrado suele manifestarse en una
vida de oración enclenque y frágil. Es común en personas que
rezan poco y piensan que frecuentar los sacramentos, la oración
y los medios de formación es propio de fanáticos. Cuando en
realidad no es más que procurar llevar una vida de fe coherente
que nos capacite para afrontar nuestra existencia con sentido
sobrenatural. En definitiva, es como mantener la salud corporal a
base de alimento y ejercicio.
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