Los hijos de la tele

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez

 

 

Pocas realidades tan tristes, destructivas y peligrosas para el ser humano como la soledad, la falta de hogar, de familia, de cariño, de exigencia, de seguridad, de autoridad moral en sus padres, la falta de hermanos y la falta de un Dios al que rezarle cada noche. Todo esto y mucho más implica la orfandad. Día a día crece en forma alarmante la cantidad de niños de la calle en el mundo entero. ¿Las causas? Son muchas y de no fácil solución. Es indudable que la vida de cada uno de nosotros sería completamente distinta si no hubiéramos crecido dentro de la familia que tenemos, pero cuidado, ante estas realidades no debemos permanecer pasivos, pues son de naturaleza social y tarde o temprano cobran su factura. 

Los factores que contribuyen al abandono de los menores son variados y articulados entre sí. Dichas causas podemos esquematizarlas en externas, internas y mixtas. Sin pretender agotar un tema tan complejo, podemos considerar que entre las externas están las dificultades económicas de las empresas que se ven forzadas a recortar su personal aumentando, por lo mismo, la carga de trabajo y horas en quienes se mantiene en nómina, con el consiguiente cansancio físico y mental y, por lo mismo, también ha crecido la cantidad de mujeres que han de ayudar en la economía familiar descuidando la atención de los hijos. 

Por otra parte, cada día crece la aceptación general de un modelo de familia que puede desbaratarse con creciente facilidad gracias al divorcio, de forma que quienes jugaron a ser novios, y más tarde formalizaron su unión casándose imprudentemente sin madurar su decisión, no tienen por qué soportase más y tratan de rehacer sus vidas desbaratando su familia e intentando una segunda oportunidad, arrastrando a sus hijos en esos prometedores intentos. 

Otra causa externa del deterioro familiar la encontramos en nuestro endeble, parcial y muy laical esquema pedagógico, pues carece de un proyecto del ser humano con un origen y un fin más allá de esta vida, y así el pobre resultado termina siendo una persona cuya mayor trascendencia sería la remota posibilidad de que le hagan una estatua, o le pongan su nombre a una calle. Dentro de ese esquema terminamos siendo simplemente “coleccionistas de momentos” y nada más. 

Por si fuera poco, están los mesiánicos medios de comunicación que nos prometen hacernos felices y resolver todos los problemas personales y sociales en base al consumo de todo tipo de productos, diversiones con programas y comerciales elaborados para débiles mentales. Dichas cadenas televisivas suelen derramar toneladas de información chatarra y tendenciosa, y curiosamente, quienes trabajan en ellos reciben adoración de ídolos. En la actualidad parecería que sólo existen dos tipos de infantes: los niños de la calle y los niños de la tele. 

Ahora bien, entre las causas internas de los graves problemas sociales podemos encontrar el egoísmo, la inmadurez, la superficialidad, pero eso sí, todo sea por defender la sagrada libertad personal sin importar el posible daño que se haga a los demás. En las causas mixtas se encuentran la indiferencia, el abstencionismo político, la manipulación de la información por parte de algunas personas que tienen autoridad amén de los publicistas.

Después de haber realizado un vuelo por nuestras zonas de desastre resulta indispensable buscar alguna solución, pues para lamentaciones nos basta y sobra con el profeta Jeremías. Para ello propongo hacer un alto en el camino, deteniendo el auto o bajándonos del autobús, para meternos en un restaurante, pedir un café y echar un vistazo con calma a nuestras vidas analizando nuestros problemas. Después, salir de ahí para meternos a un templo y platicar con Dios lo que vimos solicitando su gracia para poder luchar en aquello, recordando que algún día tendremos que rendirle cuentas de la administración de nuestros talentos. Más tarde, salir de la iglesia para ponerse de acuerdo con el cónyuge y agendar una cita para hacer el plan de ataque conveniente y todo esto repetirlo cada cuatro o seis meses. (Está claro que estos temas no se resuelven con varitas mágicas). 

Quizás nosotros no podamos cambiar el mundo, pero estamos obligados a luchar por mejorar nuestras vidas y la de nuestros seres queridos. Lo que no se vale es morir habiendo huido cobardemente del campo de batalla.