¿De qué tamaño lo quieres?
Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez
Hace poco un amigo me comentó un pequeño suceso de cuando
fue invitado a casa de una familia en la que el señor estaba
preparando una especie de ponche y, sin darse cuenta, derramó
un poco de ese elíxir en los zapatos de la visita. Mi amigo no se
preocupó, pues aquello no llegó a quemarlo a pesar de que
estaba caliente. Sin embargo, la señora de la casa puso cara de
asustada e iba a decir algo cuando el invitado volteó y, mirándola
a la cara, le hizo una señal de que guardara silencio mientras le
preguntaba: “¿De qué tamaño lo quieres hacer?”.
Afortunadamente el asunto se quedó así y siguieron conviviendo
muy a gusto.
Uno de los temas más frecuentes en la convivencia humana es el
desacuerdo, que como bien lo dice su nombre, simplemente
significa que —como cada persona es diferente a los demás—
tenemos puntos de vista distintos.
Ahora bien, las cosas comienzan a complicarse cuando, en vez de
hacerle caso a la razón iluminada por la prudencia, le hacemos
caso al orgullo, y usamos la tremenda capacidad de convertir los
desacuerdos en problemas.
Dice el refrán popular que: “De músico, poeta y loco, todos
tenemos un poco”. Me atrevo a afirmar que, además de ello,
también todos tenemos un poco de “magos”, pues somos capaces
de hacer problemas de las cosas más simples, de la misma
manera como los prestidigitadores sacan palomas de los
pañuelos.
Con frecuencia caemos en la tendencia de ponerle una gran
cantidad de sal a los platillos más sabrosos echándolos a perder.
Basta que en una amena reunión haya alguien que esté de mal
humor, para que el barco de la sana convivencia se vaya a pique.
La lección que me dejó mi amigo al relatarme aquel suceso la he
tenido muy presente durante varios días y la he platicado a
muchas personas, pues aquella pregunta me parece que es digna
de grabarse en letras de bronce y ponerlas al pie de un
monumento a la virtud de la sensatez.
¡Cuántos problemas podrían evitarse si antes de reaccionar con
enojo nos hiciéramos este cuestionamiento que nos permite ver
que, aquello que nos molestó, no es en sí un problema, pero que
sí podemos provocarlo por nuestro egoísmo!
El arte de convivir se da de forma más natural en algunas
personas, pero todos podemos ejercitarnos en él a diario.
Los individuos problemáticos suelen ser los imprudentes, los
egoístas, los complicados, y los protagónicos. Y lo más difícil de
este asunto, es que estos individuos estén dispuestos a aceptar
sus deficiencias, pues generalmente están convencidos de que la
culpa siempre es de los demás.
El ideal en el tema de las relaciones humanas es que todos
procuremos que las cosas resulten más fáciles. Una actitud de
escucha, de atención y colaboración siempre será mucho más
positiva que la rivalidad. Hemos de ser constructores, evitando en
todo momento el afán de subirnos al ring para demostrar que
somos mejores que los demás.
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