¿Publicidad sana?

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez

 

 

Hace algunos años me invitaron unos muchachos a que les celebrara la Misa de acción de gracias por la conclusión de sus estudios de licenciatura en la carrera de Ciencias de la Comunicación. Pobrecitos de ellos, no sabían la regañada que les esperaba -eso sí, con mucho cariño, pero no me pude aguantar, bueno, la verdad es que no quise hacerlo-. Pues bien, Después de la lectura del Evangelio tocó mi turno, y comencé por agradecerles su invitación y felicitarlos por sus logros académicos; pero cometí dos errores: El primero fue que mencioné como su “alma mater” a otra institución de gran prestigio y con sede en la misma ciudad. La segunda injusticia fue decir que se habían graduado de contadores… Silencio, desconcierto, dudas, indignación y mil sentimientos más brotaban de los ojos incrédulos de los recién licenciados, parientes y amigos asistentes. 

¿Sería que quienes me invitaron me había dado mal los datos? o ¿acaso les estaba haciendo una broma de muy mal gusto? ¿Cómo corregir tamaño error en media Misa interrumpiendo al sacerdote y participando en aquel oso gigante? Yo también guardé silencio y miré a todo el que pude gozándome de su desconcierto con cara de jugador de poker. ¡Ah, malvado de mí! 

Por fin rompí mi perverso mutismo y les pregunté: ¿Acaso la carrera de Contaduría es indigna del ser humano? ¿La otra universidad a la que me referí no tiene quizá tanto prestigio como la suya? ¿No es verdad que se siente feo que a uno le cambien los datos en un evento formal y que tiene tanto significado en nuestras vidas? Pues bien, yo sé, continué, dónde y qué estudiaron ustedes, y precisamente porque estudiaron Ciencias de la Comunicación quise hacerles ver la importancia de saber trasmitir la verdad sin distorsionarla como una manifestación del respeto a la dignidad de la persona; tanto de quien se habla como de quien nos escucha. 

(Nota: Hasta aquí el recurso pedagógico, pero faltaba todavía el regaño). Ahora permítanme decirles que tengo conmigo el programa de estudios de su carrera y para ser sincero he de decirles que me extrañó poderosamente no haber encontrado la materia de Ética. Cuando pregunté si no la habían llevado, la respuesta fue un poco decepcionante: “Sí, pero era materia optativa” y más decepcionante fue enterarme que sólo cinco alumnos decidieron cursarla, es decir: el 12.5 % y esto no tiene justificación, pues un comunicólogo ha de basar su trabajo en un conocimiento profundo y riguroso de esta disciplina. Van ustedes a entrar a un mundo de competencia, de gran competencia, de competencia salvaje donde el que manda es el diner. Héctor Zagal cuenta que un director general le dijo a su gerente de recursos humanos: “Contrátame a un especialista en Ética, no me importa a quién tengas que sobornar”.

Resulta evidente que por la misma ruta circulan muchos publicistas. Hace poco publiqué sobre la falta de coherencia de la Cervecería Cuauhtémoc Moctezuma y sus métodos de mercadotecnia, que podrían catalogarse como publicidad de lencería o, peor aún, de calendarios de taller mecánico de cuarta categoría. Ya se ve que no sólo en el terreno religioso existen los misterios, pues por mi parte me resulta incomprensible que una empresa de tanta categoría y tradición se maneje en esos niveles promocionales. Tal pareciera que, con tal de vender, el fin justificara los medios, o que para algunos la línea entre lo moralmente correcto y lo inmoral fuera muy endeble. Las consecuencias negativas de una moral subjetiva provocan a diario deterioros en todos los niveles de la vida como son: el personal, familiar, laboral, religioso y político, y todos somos responsables de ello; unos por lo que hacen y otros por guardar silencio. 

No perdamos de vista la responsabilidad social que tienen los empresarios. Como toda actividad humana, la publicidad también debería ayudar en la superación del ser humano. Aquí cabe una pregunta: ¿Será la promoción de la sensualidad y la explotación de las pasiones, por fines comerciales, la forma adecuada de favorecer el bien común? Las promesas de campaña y los códigos éticos no sirven para nada si no se cumplen. ¿De qué lado estamos cada uno?