¿Esposas o amantes?
Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez
No recuerdo dónde leí el texto que ahora copio, y que me parece
muy aprovechable:
“¿Con quién me quedo; con mi esposa o con mi amante?
Un hombre preguntó a un sabio si debía quedarse con su esposa
o su amante. El sabio tomó dos plantas: una rosa y un cactus, y
le preguntó al hombre: Si te doy a escoger una flor, cuál eliges?
El hombre sonrió y dijo: la rosa, es lógico. Pero el sabio
respondió: A veces los hombres se dejan llevar por la belleza
externa y lo mundano, y eligen lo que brilla más, lo que agrada
más, pero en esos placeres no está el amor. Yo me quedaría con
el cactus porque la rosa se marchita y muere, el cactus en
cambio, sin importar el tiempo o el clima seguirá igual, verde,
con sus espinas, y un día dará flores tan hermosas como las
rosas.
Tu mujer conoce tus defectos, tus debilidades, tus errores, tus
gritos, tus malos ratos y aun así está contigo… Tu amante conoce
tu dinero, tus lujos, los espacios de felicidad y tu sonrisa, por eso
está contigo.
Ahora dime hombre ¿con quién te quedarás?”.
Las amantes, o los amantes, son el recurso fácil. Son los
autobuses, o taxis, que abordamos en una esquina para bajarnos
en otra y seguir nuestro camino. Las esposas y los esposos son
como la piel, que va siempre con nosotros. Se lleva puesta.
Es cierto, la infidelidad siempre ha estado de moda en todas las
épocas y lugares y, aunque es más frecuente en los hombres,
tampoco es un error exclusivo de los varones (tristemente). En
sentido contrario, la fidelidad siempre se ha considerado algo
positivo —como auténtica virtud— y así descubrimos que en
todas las culturas los grandes héroes se han caracterizado por la
fidelidad a los suyos, prefiriendo muchas veces la muerte a la
traición.
Por la infidelidad abundan los hijos sin padres, lo cual es una
grave injusticia. Sí, ya sé que hay malos padres que siguen
viviendo con su mujer legítima y maltratando a sus hijos, y que el
simple hecho de “estar presente" en la familia no basta. Pero si
dejamos a un lado el “proporcionalismo moral” con el que no
pocos justifican su mala conducta, aduciendo que otros hacen
cosas peores, podremos reconocer que ser infiel es algo malo y,
con frecuencia, de gravísimas consecuencias.
Hace pocos días tuve una conversación con un grupo de amigos
amantes de las motocicletas y uno comentó: “En las rectas se
conoce a las motos, y en las curvas a los pilotos”. De la misma
manera, pienso que podemos decir que a los buenos esposos se
les conoce en las etapas difíciles del matrimonio.
La fidelidad es auténtica cuando nos esforzamos por tener la
cabeza y el corazón en la esposa y en los hijos, y cuando esta
actitud se manifiesta en una convivencia que siempre puede ser
de mejor calidad.
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