Religión atractiva pero inquietante

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez

 

 

Tony Anatrella, psicoanalista y especialista en psiquiatría social, en un interesante estudio ha sabido descifrar los motivos del comportamiento de los jóvenes. Sin embargo, considero que, quizás sin pretenderlo, nos da también la clave para entender la actitud de muchos adultos y, en especial, en lo tocante a su relación con la religión. 

Es lógico que el hombre trate de encontrar razones para vivir. Pero curiosamente la mayoría está lejos de las preocupaciones religiosas y a menudo reconoce no haber sido preparada ni educada en este campo. Es fácil descubrir que la idea que la gente común tiene de Dios, no le viene de Dios mismo al que suelen desconocer y, por lo mismo, no lo tratan. Dios queda a nivel genérico: la deidad o, si acaso, “el creador”, y poco más. 

En una sociedad como la nuestra la religión suele atraer, pero al mismo tiempo resulta inquietante, especialmente cuando es presentada a través de imágenes sociales de ciencia ficción como fuente de conflictos a nivel mundial. Como si esto fuera poco, la fe cristiana y la Iglesia Católica suelen ser presentadas como figuras de tintes sectarios y, no pocas veces, intolerantes y violentas. 

El hombre de la calle no lee la Biblia; pero ha visto muchos programas de televisión donde la fe es cuestionada por “los científicos”. No sabe qué son los sacramentos, pero le molesta la vida hipócrita de su tía-abuela que “se la pasa en la Iglesia y reza mucho”, pero es intolerante con sus parientes. No sabe nada de Historia, pero cuando oye la palabra Iglesia en automático se incomoda porque haya existido la Inquisición. 

Hay quienes se sienten insultados ante la obligación de aceptar verdades que superan la inteligencia humana, ya que son sobrenaturales. Como también por sentirse obligados a respetar y vivir conforme a una ley moral exigente, la cual no se adapta a los caprichos personales ni a las modas sociales. 

Sin embargo, el hombre común se encuentra en una encrucijada: en el fondo de su alma tiene sed de fe; hambre de Dios. Vive con ganas de creer pero “siente” que ser religioso es algo infantil y poco serio. En un ambiente que cultiva la duda y el cinismo, el miedo y la impotencia, la inmadurez y el infantilismo, sobre todo los jóvenes tienden a buscar gratificaciones y experiencias inmediatas y excitantes y rechazan tanto la quietud como el silencio necesarios para la oración. “La vida es para vivirla, no para estar quietos esperando que Dios te resuelva tus problemas”, y la idea de morir para ir al cielo suele ser relegada, “porque hay cosas más importantes que hacer”.

Pero la vida a veces es cruel y en vez de buscar al amigo y Padre todopoderoso, muchos se dedican a buscar culpables de los problemas del mundo. Siempre es más cómodo culpar a los demás, en vez de hacer un examen de conciencia para descubrir los propios pecados tratando de corregir los errores personales.

Vivir sin Dios es vivir inútilmente y esclavizados por nuestro egoísmo y por un mundo que mienten cuando nos prometen hacernos felices. Pero para creer hace falta una dosis de humildad sobre la cual Dios pueda derramar su gracia. ¿Seremos capaces de trabajar en ello? Ojalá.