Problemas sin solución

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez

 

 

Con cierta frecuencia recibo correos en los que me hacen preguntas con un grado de dificultad mayor que los clavados de ocho vueltas hacia atrás con medio giro desde el trampolín de tres metros. Por una parte, es necesario entender que quienes me cuestionan están viviendo situaciones sumamente delicadas. Claro está que me gustaría poder ayudar a resolver todos los problemas, pero no pocas veces he de declarar que no veo una solución directa en cada caso. 

Ahora bien, el hecho de que haya situaciones irremediables no significa que no se pueda hacer algo para mejorarlas o, por lo menos, para entender que aquello habremos de aceptarlo tal cual es, poniendo los medios para que no empeore y, en la medida de lo posible, procurando sacar algún bien de ello aunque sólo sea aprender de esas tristes experiencias. 

Para buscar las soluciones necesitamos orden. Esta virtud nos ha de ayudar en esclarecer el verdadero tamaño de cada dificultad; descubrir la relación con las diversas circunstancias y, en base a ello, buscar las posibles soluciones. 

Frecuentemente caemos en el error básico de ver como problemas las realidades que simplemente no nos gustan, sin percatarnos que son de categorías diferentes, haciendo tormentas en vasos de agua. En el mismo nivel deberemos situar a las inconformidades. Los problemas tienen una categoría mayor, por lo que afirmar algo como: “mi problema es que no me gusta la música que le gusta a mi novio”, no tiene sentido.

A veces compramos problemas ajenos incluso cuando los mismos involucrados no desean resolverlos. Aquí resulta indispensable esclarecer si esas personas dependen, o no, de nosotros, pues en dado caso estamos obligados a respetar su libertad. Ni modo.

En temas matrimoniales -por poner un ejemplo frecuente- no es raro que nos veamos involucrados en los problemas de otros por su falta de entendimiento; asunto en el cual suele aparecer una fuerte carga de orgullo. Lo que podemos hacer es advertir a los afectados si estamos en disposiciones de ayudarlos o no para que, llegado el momento, no se extrañen ni exijan una ayuda que no quisieron recibir cuando estaban a tiempo de remediar sus diferencias. 

Otras veces no estamos en condiciones de resolver nuestras contrariedades por falta de disposiciones personales como son la fortaleza y la constancia, a tal punto que la carencia de estas virtudes se convierte en nuestro principal problema. 

Nos viene muy bien recordar que el optimismo es un excelente aliado en estos asuntos y que con visión sobrenatural las cosas se ven distintas, sobre todo cuando le pedimos su ayuda a Dios.