¿Amarte y respetarte...?

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez 

 

 

No cabe duda que gran parte de los problemas matrimoniales, y fuera de la familia, comienzan y terminan por deficiencias en el respeto. Hablamos pues de respeto deficiente; respeto defectuoso con tendencia a desaparecer.

Al escribir esto siento que estoy rizando el rizo, es decir; repitiendo cuatro veces una idea bastante simple, arriesgándome a molestar a mis lectores como si dudara de su capacidad intelectual, por lo que me apresuro a declarar -con un término incorrecto pero claro y tajante- que “nuncamente” ha sido ésta mi intención. Lo que pretendo es no dar nada por supuesto, sobre todo en uno de los temas más importantes de la convivencia entre los hombres. El respeto es la primera consecuencia del reconocimiento de la dignidad del ser humano en cuanto tal. 

Cada día vemos como crece la cantidad y tono de las groserías en los medios de comunicación, así como en el trato entre los jóvenes y niños -sin hacer distinciones de sexos- y en todos los ámbitos de las relaciones interpersonales. Por otra parte, se exhibe la intimidad de los deportistas, políticos y artistas bajo el argumento de ser personas famosas y afirmando que el público tiene derecho a la información. El error fundamental consiste en confundir “el derecho a la información” con el “derecho a todo tipo de información”.

Conviene aclarar que la prerrogativa a estar informado se limita por principio a todo aquello que tenga que ver con la propia existencia y, en especial, al conocimiento de las obligaciones y derechos, de los posibles daños y peligros sobre cada persona, su familia, sus bienes, sus labores y su comunidad; pero no sobre la intimidad ajena, pues en ese caso dicha intimidad dejaría de ser tal. 

Qué difícil resulta la sana convivencia entre los esposos cuando quizás, ya desde antes de casarse, no supieron exigirse en los detalles de respeto al otro y así mismos. Con razón en ocasiones afirmamos que: “la confianza da asco”. 

Otro de los factores que influyen en los atentados contra de la urbanidad hacia los demás es la costumbre de hacer bromas e, incluso burlas, de realidades buenas y nobles como el matrimonio, el sexo, las autoridades civiles, la religión, las personas de la tercera edad... En este ambiente no resulta raro que los comediantes consigan hacer reír con más facilidad recurriendo a al chiste fácil y vulgar, y lo peor de todo es que mucha gente suele festejar y fomentar este tipo de humor. 

De vez en cuando conviene hacer un repaso para descubrir si los padres de familia no incurren en errores graves dando mal ejemplo a sus hijos, cuando al mismo tiempo les exigen una actitud positiva hacia sus hermanos, sus abuelos y demás personas mayores. Como una posible práctica sobre este tema valdría la pena tratar de recordar si en la conversación diaria se llegan a deslizar términos como: sangrón, ridículo, pedante, torpe, aprovechado, injusto, lambiscón, ratero, payaso, arrastrado, fodongo, abusivo, amargado, prepotente, inútil; sin contar con otros calificativos vulgares y soeces. 

Para poder educar a los hijos adecuadamente resulta indispensable que en el hogar se vivan virtudes básicas como la comprensión, y la tolerancia, en definitiva: el respeto a la persona, sus ideas, sus costumbres y sus gustos, siempre que éstos no afecten a los demás. Por principio, las faltas de respeto no deberían tolerarse en el ambiente familiar. Una vez conseguido lo anterior, habremos de insistir en la aplicación de estas mismas virtudes en los ámbitos externos como son: el trabajo, la escuela y la vecindad. Cuán importante es que tal actitud se viva con las personas que trabajan en servicio doméstico. 

Si todo ello va acompañado del espíritu de servicio y el cariño...: ¡Qué chulada!