La boda de la gallina

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez 

 

 

En una granja vivía contenta una gallina... No. Érase una vez una gallina en una granja azul... No. Una hermosa gallinita soltera vivía tranquila y suspirante en una apacible granja... No. Una fresca mañana, la mujer del granjero salió al patio a alimentar a su gallina favorita... No. Un viejo gallo pícaro, medio carambas y bastante sinvergüenza, se apareció de repente en la granja luciendo un bello plumaje, cuando... No. ¿Quién iba a pensar que, en aquella misma tarde, la linda gallina habría de ver hecho realidad su sueño de toda la vida al... No. Aquel viejo gallo que siempre había deseado ser diputado federal... No, y no.

Francamente no entiendo qué está haciendo una insulsa gallina y una mañoso gallo mientras escribo mi artículo de esta semana cuando la verdad es que ni siquiera sé de qué voy a escribir. Pero como ya es muy tarde y tengo mucho sueño, lo dejo para mañana y espero que mi fiel almohada me sugiera un tema lógico y coherente. Por lo pronto les deseo que sueñen con los angelitos: ¡Yes!

Ya es otro día; y han de saber ustedes que mi amada almohada se la pasó dormida tooooda la noche y no se preocupó lo más mínimo en ayudarme a escoger el tema de este artículo no constitucional, por lo que tuve que acudir a unas musas ociosas que pasaban por aquí. Así pues, el tema de esta semana es el de la unidad del matrimonio. 

Hoy son muchos los jóvenes que tienen miedo al matrimonio y esto se debe a diversos motivos como son: El esfuerzo que requiere sacare a delante una familia, sobre todo cuando no están acostumbrados a servir. Otra causa es el ejemplo de faltas de respeto y violencia que han recibido en sus propios hogares de parte de sus padres; al igual que muchas experiencias negativas de amigos y parientes que terminan separándose poco después de casarse. También hay que contar con ese modelo de matrimonio superficial promovido por Hollywood y la vida de sus actores así como de la mercadotecnia cuando nos ofrecen un modelo de felicidad inmediata como aparece tan claramente expresado en aquel anuncio panorámico: “y fueron felices por el resto de la noche”. 

La unidad del matrimonio se demuestra muy conveniente a la dignidad y a las aspiraciones más profundas de la mujer y del hombre, quienes llevan inscritos en su ser el impulso de una donación total y exclusiva que sirve como fundamento a una comunidad de amor. Al respecto Juan Pablo II dice: “Esta comunión conyugal hunde sus raíces en el complemento natural que existe entre el hombre y la mujer, y se alimenta mediante la voluntad personal de los esposos de compartir todo su proyecto de vida, lo que tienen y lo que son. Por esto, tal comunión es el fruto y el signo de una existencia profundamente humana”.

Conviene recordar que la amistad se basa en cierta igualdad. Por lo tanto, no es lícito a la mujer tener varios maridos a causa de la incertidumbre de la prole, y por su parte si el varón pudiera tener varias mujeres, no existiría amistad generosa entre mujer y varón, sino como una especie de servidumbre. La experiencia demuestra que entre los varones que tienen muchas mujeres, éstas se encuentran como esclavizadas. 

En la medida que perdemos de vista la maldad intrínseca del divorcio y lo vamos aceptando como un recurso normal entre tantos con los que se cuenta para “resolver” los innumerables problemas humanos, deterioramos gravemente a la sociedad; pues dañamos a las personas singulares que la componen, facilitando la ruptura de aquel compromiso formal de amar, que contrajeron en el momento de contraer matrimonio. En otras palabras; la promesa de amar obliga a luchar a las dos partes -marido y mujer- en un esfuerzo continuado de virtudes tan importantes como la comprensión, la paciencia, la generosidad, el respeto, el servicio, y muchas más. En definitiva, a partir de ese momento, se comprometen a luchar por ser mejores -seres humanos de más calidad- y con el divorcio se les exime de estas obligaciones. De esta forma, las personas singulares quedan libres del compromiso de superarse, y al multiplicarse estos casos en la vida social todos salimos perdiendo. 

No es el matrimonio solamente el que está en crisis, y por lo tanto en peligro, sino el ser humano como tal; con consecuencias en todos los órdenes. Si perdemos de vista esto, con el paso del tiempo será difícil distinguir las diferencias entre nosotros y los gallos y las gallinas.