“Lo quiero matar”

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez

 

 

Hace algún tiempo escuché de boca de una joven y aguerrida mujercita, en tono sumamente airado, esta expresión en contra de mi enclenque persona: “lo quiero matar” dado que se sintió molesta por mi forma de pensar. Ella defendía el derecho que tienen los publicistas a exponer en los carteles de la vía pública lo que podría catalogarse como material provocativo tirando a “porno”. El argumento que esgrimía esta chica es que, no importa lo que un comerciante exhiba, sino la morbosidad de quienes procesen mentalmente aquello.

A esta paladina de la libertad de expresión le enseñaron en cátedras universitarias que, la publicidad no actúa como una inyección intravenosa, produciendo inevitablemente una reacción en quien lo ve o escucha, y por lo tanto, si alguien peca (peca no de pecas en la espalda, sino peca de pecado) será el pervertido y degenerado mirón u oyente.

Para la calificación moral de los actos humanos, junto con el objeto moral, se debe tener en cuenta la intención del sujeto, al igual que la aceptación o rechazo de la tentación; sin embargo, la exposición de un cuerpo semidesnudo o semicubierto tal como suelen hacerlo es, con palabras sencillas: un despertador de la libido. Como sabemos, la estimulación de algunas zonas del sistema nervioso y hormonal suelen entorpecer el funcionamiento del cerebro. Es decir, cuando la sensualidad está exitada la actividad intelectual no está en su mejor momento.

Quizás también podamos aceptar que las manifestaciones pornográficas, licenciosas, verdes, picarescas o “yabadabadús”, suelen tener cierta influencia negativa en el comportamiento del ser humano, al que muchos definen como “animal racional”, acentuando más lo primero que lo segundo en esta definición.

Pensemos en los gastos económicos; los esfuerzos humanos y el desgaste emocional que puede costar el tratamiento de un enfermo de SIDA para el Sector Salud, para el enfermo, y para su propia familia. Pensemos también en los esfuerzos de investigación, procuración de justicia y reprensión que le supondrá al Ministerio Público, tribunales y servicios policiacos el abuso sexual de menores. Pensemos por último en el trauma y desestabilización vital que le puede suponer a una mujer el ser violada por algún pervertido. 

Ante éstas y otras razones ¿No les parece razonable que instituciones como las arriba mencionadas, junto con la Secretaría de Educación Pública, sean las que encabecen las demandas contra quienes comercian con la publicidad pornográfica y provocativa que, sin ser “productoras” pueden considerarse como “estimulantes” de este tipo de situaciones negativas y descarriadas?