Los egosistemas

Autor: Padre Alejandro Cortés González-Báez

 

 

Siempre corremos el peligro de crearnos nuestro propio, y muy personal, ecosistema –en el que reservándonos el derecho de admisión– invitamos vivir en él solamente a quienes nos resultan agradables por tener actualizada su credencial del club de nuestros admiradores. 

Una consecuencia importante de vivir en nuestro “egosistema” es el deterioro de aquellas virtudes que fortalecen nuestro sistema inmunológico, y por lo mismo, resulta fácil contagiarnos de diversas enfermedades, sobre todo cuando hay epidemias de “neomanía”, es decir, estrenando manías a cada rato, haciéndonos hipocondríacos. Desde este punto de vista conviene ver las virtudes como medios de protección y superación del ser humano.

Al respecto me vienen a la cabeza algunas frases escuchadas a buenos amigos, y otras, que forman parte de las letras de canciones populares, que encierran contenidos muy válidos para nuestras vidas. Hoy quiero aventurarme a formar con algunas de estas ideas algo que nos pueda servir para pensar un poco. (Siempre es bueno pensar. . . aunque sea un poco).

No resulta infrecuente, por ejemplo, que al despedirnos de alguien escuchemos el consabido: “cuídese mucho”, e indudablemente lo entendemos como un buen deseo; sin embargo, nos convienen profundizar un poco en lo que debe abarcar tal cumplido, de forma que aprendamos a navegar por nuestra vida evitando los naufragios. A todos nos resulta familiar la canción titulada “La barca” cuando dice: “cuida que no naufrague tu vivir”. Si comparamos la dirección de un barco con las decisiones, aparentemente intrascendentes de cada momento, quizás deberíamos poner más cuidado en cada sí, en cada no, en cada después, y en cada nunca, pues gracias a esos golpes de timón podemos acercarnos peligrosamente a unos arrecifes. 

Además es curioso que, a pesar del interés común por conseguir la felicidad, sigamos cometiendo tantos errores y, por lo mismo, nos encontremos un sinnúmero de barcos encallados y hundidos en el fondo del mar por no haber sabido salvar sus matrimonios ni educar a sus hijos. 

Cuando nos preguntan nuestro nombre en ocasiones sentimos el deseo de responder: “yo-sé-todo-punto-com”, pues solemos pensar que no necesitamos consejos de nadie. Pero al mismo tiempo parece que el ser humano nunca había experimentado una inseguridad tan grande como en esta época. Somos dueños del universo. . . sin ser dueños de nosotros mismos, y es que como dice la poetisa Guadalupe Treviño: “pisamos en escalones de niebla”. En otras palabras; los cimientos de nuestra vida no son sólidos ya que nuestra jerarquía de valores, –aquello que debe estructurar el edificio de nuestra vida– se apoya en los criterios de la mercadotecnia, en la opinión de los demás, así como en los slogans llenos de vacío de los comentaristas de la radio y la televisión. 

¡Cuántos años viviendo como a los otros les gusta que vivamos, mimetizándonos en ese paisaje cultural diseñado por extraños! Ya bien lo dice Armando Padrón: “Contra los hechos no hay argumentos”. ¡Cuánto tiempo mal invertido oprimiendo botones equivocados sin percatarnos que cada una de esas decisiones traerá sus consecuencias negativas, y luego. . . el arrepentimiento ineficaz ante la torpeza de nuestras prisas!

Afortunadamente en el mundo hay millones de creyentes, es decir de gente que sabe que Dios existe, y que desea mantener una relación directa con nosotros, y sin embargo, no son pocos quienes no invitan a Dios a compartir con ellos los avatares de la vida, y si acaso, se conforman con hacerle una llamada telefónica de vez en cuando.

Otra canción, muy bella por cierto, dice: “Aunque a ti te parezca mentira: las cosas del alma despiertan dormidas”. Me pregunto si en ocasiones no nos convendrá despertar esas cosas del alma para que podamos aprovechar las oportunidades que Dios nos da, y luchemos por romper nuestros cerrados egosistemas descubriendo un mundo abierto a los demás.